Después de un buen rato de privaciones, de ajustar tus vacaciones Godínez y de cazar vuelos baratos, se cumple tu anhelo: ese viajecito por Europa con el que soñabas desde adolescente. Todo es risas, selfies en lugares choteados y diversión, hasta que una incómoda sensación poco a poco va apoderándose de ti, como se filtra la humedad en las paredes de un baño viejo.
Tampoco es que haya transcurrido toda una vida en el exterior, no señor. Llevas apenas unos 15 días fuera y de repente ¡ZAS! Comienzas a notar que el pan de las baguettes de Francia está todo duro y reseco, que en Alemania comen pura pinche salchicha o que las famosas tapas españolas ni están tan chidas como te las pintaban.
Ya no hay marcha atrás. O sea, sí disfrutas el viaje —ni modo que hayas desperdiciado tus únicos días de vacaciones en la chamba que mañosamente pegaste con la Semana Santa—, pero la sensación de insatisfacción no para de crecer.
¿Qué está pasando? Extrañas la comida de tu jefecita santa —o la de la doña de la fonda, en su defecto—, caes en la cuenta de que nada está tan chido como unos buenos tacos de pastor, tripa, buche o nenepil, o un delicioso elote con su mayonesa, queso y chilito del que sí pica.
Si creías que eso te hacía único y especial, pues ño; añorar la comida de tu tierra, especialmente cuando estás en el extranjero, tiene un nombre: El Síndrome del Jamaicón.
¿Quién demonios es el Jamaicón y por qué lleva este nombre?
José Villegas Tavares es un futbolista mexicano, hoy retirado, que jugó para las Chivas del Guadalajara durante los años sesenta y setenta. Era un imbatible defensa izquierdo y, contrario al dicho popular, fue profeta en su tierra: obtuvo ocho torneos de liga en su carrera y gracias ese notable desempeño fue que logró mantenerse en el equipo durante 20 años.
Jugo en la selección nacional: dos mundiales, 13 eliminatorias y unos juegos Panamericanos dieron solidez a su trayectoria que aún hoy muchos le envidian.
Sin embargo, tristemente para él y pese a todas estas glorias futboleras, lo que mucha gente recuerda del Jamaicón Villegas no fueron esas 28 veces que se puso la playera de la selección, ni la barrera humana en la que se convertía para evitar a los contrarios llegar hasta la portería mexicana. Como en aquél chiste que versa “mata un perro una vez y te dirán mataperros”, al Jamaicón le bastó con una desastrosa actuación ante Inglaterra, en la que México perdió 8-0, para sellar así su triste leyenda.
No fue tanto la importancia del partido —finalmente era un juego de preparación para el mundial de Chile 1962—, sino la explicación que dio el defensa para su actuación: achicopalado, el Jamaicón confesó ante un periodista que extrañaba a su mamacita, que llevaba días sin tomarse una birria y que la vida no era vida si no estaba en su tierra. ¿Se le podía culpar entonces? ¿Quién puede desempeñarse bien cuando extraña la birria, la barbacha, las enchiladas o un buen pozole?
Pero, según nos enteramos en fechas relativamente recientes, aquella no fue la primera ni la única vez que el Jamación Villegas fue atacado por la nostalgia alimenticia. Según cuenta el historiador Carlos Calderón Cardoso en su libro Anecdotario del futbol mexicano, existió un antecedente cuatro años antes, cuando se preparaban para el mundial de Suecia 58.
Calderón narra que, estando en Lisboa (Portugal), se ofreció una cena a la que se invitó a la escuadra mexicana. El Jamaicón sin explicación alguna se retiró de la mesa y no fue sino hasta que Nacho Trelles lo encontró vagando melancólico en los jardines del hotel, que ofreció una razón para su precipitada ausencia: «¿Cómo voy a cenar si tienen preparada una cena de rotos? Yo lo que quiero son mis chalupas, unos buenos sopes, y no esas porquerías que ni de México son?».
Suena cómico, ¿pero es que no nos ha pasado a todos? ¿No todos tenemos un pequeño Jamaicón dentro de nosotros?
Mexicano que se respeta y que ha salido de la frontera, lo primero que hace al regresar es ir por buena comida mexicana, ya sea casera o de puesto, y agradecer por haber nacido en este pedazo de tierra donde la gastronomía es una chingonería. ¡México lindo y querido si muero lejos de ti, que me preparen 10 tacos, y que los traigan aquí!