Un corredor que por su solo nombre cuenta una historia: El Paso de Cortés. El afamado espacio que caminó el conquistador con su ejército para llegar a Tenochtitlán y cambiar la historia, caminando entre los dos volcanes que miran el Valle de México como suyo: El Iztaccíhuatl y el Popocatépetl.
Las pisadas de todos los ejércitos que han cruzado ese camino ya se han borrado. Por ahora, solo queda lo que el bosque, los matorrales e incluso pequeños animales llaman hogar. Sin embargo, para encontrarlo, hay que palpar con los propios pies lo que significa cada paso en el umbral.
Para el tipo de turismo natural o de bajo impacto que Voortus propone, se puede obtener las gracias de los volcanes sin necesariamente morir en el intento —más o menos—. Lo único requerido es despertarse temprano, a las 3AM; llevar un termo; algunas galletas o frutas; y, por supuesto, ánimo para conocer el esplendor natural que rodea la ciudad. Es una experiencia limpia, calmada y profundamente contemplativa.
Se comienza por un sendero marcado, cerca de una parada de camión, para irse sumergiendo lentamente en el bosque. La oscuridad es prácticamente completa. En el horizonte, los matices de color se guardan hasta que sea su momento. Hace pensar en la vieja sabiduría de que el negro, al menos el que vemos en el mundo natural, no es ausencia de color, sino de luz.
El camino lentamente se va inclinando, aunque el cansancio es mínimo ya que los regalos empiezan a notarse: serán tal vez las 4:30 y a lo lejos una franja roja pinta en la penumbra del bosque los labios del amanecer. Una seducción cromática que motiva cada paso para llegar al punto más alto antes del amanecer.
Los pasos diluyen las horas, hasta que las linternas ya no son necesarias. Amarillos luminosos van mostrando un camino que deja recorrerse, aunque eso no detuvo varias de las múltiples caídas que tuve que sopesar antes de llegar al punto final, el más alto, del recorrido.
Son las 7:20 de la mañana y una formación de rocas se alza compartiendo una soberbia visibilidad del guerrero y la mujer dormida. Las palabras sobran ante la inefable potencia del espacio que solo la tierra pudo formar sin intervención humana. Aquí, no queda más que ser espectador. Una meditación guiada por Voortus hace agradecer, aunque poder ser partícipe del espectáculo ya cierra el trueque de un sábado invertido en semejante experiencia. Recomendar, en este caso, sobra, pues los volcanes y su umbral lo dicen todo con color, aire y belleza.
El desayuno, por la mano de Sobremesa, fueron tocaron unos chilaquiles shakeados y diferentes selecciones de frutos que llenaron la demanda del cansancio sin problemas. Además, un pequeño glamping con música, cobijas y espacios para acostarse terminaron de redondear la experiencia antes de hacer el descenso y regreso a la CDMX.
Si te interesa probar este tipo de experiencia, haz click en el sitio de Voortus.