Los padres de Memo, Guillermo Ochoa Sánchez y Natalia Magaña Orozco se flecharon en Manzanillo a finales de los ‘70, cunado el entonces alumno de la Universidad de Guadalajara fue a vacacionar. En 1983 se casaron.
De unos 45 años, cabello corto y saco casual, el señor me llevó al negocio familiar, Tortas Don Polo, en Félix Cuevas, para hablar de su hijo.
• Tú pide. ¿Una cubana, un jugo, un licuado?
• Una mesera, a orden de su patrón, tomaba nota.
• — Sólo una vez vino todo el América a una comida. El último en llegar fue Cuauhtémoc, echando relajo y preguntando: «¿Dónde está don Polo?» —relata.
Memo, el primogénito, nació el 13 de julio de 1985 en la austera Clínica Santa Mónica, en Guadalajara. Recibió el mismo nombre que su padre, tío, abuelo y bisabuelo. Sus primeros días fueron de una enorme carga histórica para el club que lo recibiría hacia 1995: 47 días antes de su nacimiento, las Águilas de Brailovsky se alzaron monarcas del torneo 84-85 al vencer en un polémico duelo, a Pumas. En el segundo partido en CU, una estampida en el túnel 29 dejó ocho muertos. La rivalidad entre ambos cuadros creció desde entonces a niveles inéditos.
Dos años después nació Ana Laura, su única hermana. Hoy esta hábil jugadora de ténis estudia junto a su hermano Administración de Negocios en el plantel sur de la Anáhuac.
Al iniciar los años 90, Francisco Ochoa, tío de Memo, falleció. Heredó al papá del futuro arquero la administración del local Tortas Don Polo, en Félix Cuevas. Si el pequeño Memo ayudaba en la caja, había dos recompensas: Una torta (cubana o de tres quesos) y el permiso para jugar en las canchas del Multifamiliar Miguel Alemán.
La familia iba y venía al DF y Guadalajara. Allá acompañado de su papá y amigos de la colonia, caminaba los sábados por la noche hasta el Estadio Jalisco par ver al Atlas. Guillermo pedía a su padre comprar lugares atrás del portero uruguayo Robert Dante Siboldi, uno de sus ídolos. El otro era Jorge Campos.
Hace unos quince años, Memo aún se vestía del “Brody” para defender con sus guantes las rejas del 2246 de la calle Barcelona, en Santa Elena Alcalde, una colonia de clase media en Guadalajara. En el frente de la casa beige de dos plantas. Mario Flores, amigo de la infancia, lo sometía a la artillería de disparos: «entre fútbol y el Nintendo se nos iban las tardes». Cuando se ocultaba el sol, rebotaban el balón en una pared del cuarto y cabeceaban hacía la litera de Memo (la portería).