A “E” no le inquieta tener una relación formal. En realidad, las chicas con las que ha salido le aburren al poco tiempo. Su afición por el amor callejero le ha caído perfecto, pues no mantiene compromisos con nadie y tampoco le quita el sueño comenzar a tenerlos.
Las faldas diminutas y los escotes pronunciados que encuentra en ciertas esquinas de la ciudad le atraen. Él no discrimina entre chicas esculturales o algunas con kilitos de más. Puede visitar desde La Merced o Circunvalación hasta tables exclusivos para contratar a una prostituta.
Ellas, quienes se pasean por las noches frente a las esquinas o desfilan en algunos bares citadinos, con prendas que provocan miradas indiscretas, atrevidas, insistentes, quienes hacen que los coches se detengan a observarlas o logran que los caballeros gasten su quincena completa invitándoles una copa, no nos ocuparán en esta ocasión.
En esta nota no hablaremos de estas mujeres a quienes la cultura popular ha llamado de diferentes formas (flor de banqueta, trabajadora social nocturna, cortesana, chica de la vida alegre, mujer de moral distraída), sino de “E”, un hombre como cualquier otro, con un trabajo formal, diversiones cotidianas, intereses como todos.
De 8 de la mañana a 6 de la tarde debe obedecer reglas y disposiciones de sus jefes (aunque no quiera). En su trabajo es un hombre respetable, confiable y con amplio conocimiento del lado que masca la iguana. Pero en la noche es libre como el viento y peligroso como el mar (bueno, quizá no tan así, pero al menos es libre de hacer lo que se le reviente la gana, y lo hace).
Su afición por contratar prostitutas comenzó entre los 20 y 25 años, una noche en que se tomó dos o tres (o quizá hasta más de cinco) alcoholes para agarrar valor e invitar a salir a una chica que le gustaba mucho. Pero se le cruzó otra, una que vendía su amor (y no, no lo vendía caro).
La Merced fue el escenario. Tras enviarle un vistazo a la chica que le llamó la atención y acercarse, ella lo rechazó al verlo tan ebrio. Pero su orgullo no se vio abatido e inmediatamente analizó el terreno y dirigió su mirada a otra mujer (no tan agraciada como la primera): ella también le dijo que estaba muy borracho, pero accedió a irse juntos.
Ambos se encaminaron al lugar en donde cerrarían la negociación. Cuál sería su sorpresa al encontrarse una especie de cuartos que tenían sábanas por puertas. Las camas, unas superficies de cemento cubiertas por otra sábana. ¿El costo del servicio? $170 por una sola posición y sin quitarse la camisa (obviamente no incluye besos ni algún otro acercamiento). La faena duró entre 15 y 10 minutos. Así que a darle porque es mole de olla.
Como podrán imaginar la primera vez que pagó por cariño no fue tan agradable.
Tras su primera experiencia, “E” dejó pasar un tiempo hasta volver a recurrir a los cariños pagados. Llegado el momento, salió a las calles en busca de un encuentro. Sus ojos hallaron a una chica realmente guapa, la apodaban Misterio*. Sus contoneos, sus risas y su plática verdaderamente lo dejaron encantado.
Cuando llegaron al hotel en donde ocurriría el arrumaco él le pidió un poco más de su tiempo. Ella accedió. Se postraron en la cama desprovistos de toda prenda, eso sí, sin roce de genitales. Jugaron, se besaron, platicaron. La hora pagada en 250 se convirtió en una velada de 5 horas. Tuvieron sexo desenfrenado, se durmieron y al despertar, el sol ya los había cubierto por completo. Él se esperanzó en volver a encontrarla, pero eso nunca sucedió.
Entonces comenzó su afición.
A “E” le divierte contar sus experiencias. Nos platicó que en una ocasión fue a un table y al voltear la vista se encontró con una chica que tenía unos kilitos de más, quien lo cautivó y raudo y veloz se lanzó tras ella a conquistarla. Ella se paseaba sin pudor frente a los clientes. Se sabía bonita y que tenía de dónde agarrar. Su sobrepeso no fue impedimento para que “E” se enamorara de ella y la invitara a pasar una noche de copas, una noche loca. Y vaya que fue de locos pues lo cautivó con sus curvas y le cambió el estereotipo de belleza que tenía. Sus ojos ahora buscaban mujeres de más ‘carnita’.
También nos contó que es cierto aquello de que el tiempo es dinero, ya que en una ocasión, una mujer lo apresuró durante el acto. Vamos, ella le insistía para que terminara rápido y ella pudiera seguirle con más clientes, pero pues… oiga, está bien que uno vaya caliente a estos asuntos, pero también le toma su tiempo, ¿qué no?
Tras terminar la entrevista, “E” no tardó en dirigir su camino hacia las filas de mujeres que venden (caro o barato) su amor en la colonia San Rafael.
“E” está consciente de la situación en la que viven estas mujeres, muchas veces sujetas a explotación, vejaciones y malos tratos. Sin embargo, calmar los deseos carnales está canijo (pos oye). Y, así como él, cientos de hombres (o mujeres) calman sus ansias con las ejecutantes de este antiguo oficio. Mientras haya aplausos, siempre habrá menos ropa, a pesar del oscuro mundo que hay detrás del negocio de los orgasmos.
Como él, no estamos a favor de estos menesteres de la chamba más antigua del mundo, simplemente quisimos revelar esa parte oculta de sus reacciones y encuentros.