Si ya decidieron compartir el mismo techo (y dividir la renta), no se vayan con la finta y crean que todo será miel sobre hojuelas. Vivir en pareja tiene su chiste y acoplarse toma su tiempo.
Porque no es lo mismo que se vean un ratito a despertar juntos y fletarse la espera interminable por ocupar el baño por las mañanas.
Así que para que para que no anden como perico que ve bizcocho, aquí les advertimos de los pleitos más frecuentes cuando uno se muda para vivir en pareja:
– Los pelos en el lavabo y la regadera. Entre las rasuradas de él y la severa caída de cabello de ella podríamos dedicarnos a hacer peluquines con ellos. Sin pro-ble-mas.
– El lavado de platos. Por algún motivo se quedan ahí durante siglos y las visitas con antenas y cuatro patas no se hacen esperar.
– El sexo monótono. Oh, esto sería tan fácil de revertirlo si a los dos les gustara meterle variedad al asunto.
– Las visitas familiares. Ahí toca el timbre tu mamá… por cuarta vez esta semana.
– Yo pago, tú pagas, todos pagamos. Sí, suena bonito dividir la renta, pero ¿habían considerado el resto de los gastos? Tómala, barbón.
– La atención a las mascotas. ¿Querías tener un minino? Pues ahora le dedicas tiempo, que yo ya me cansé de cambiarle su arenita.
– Las bacanales. Tu amorcito invitó (de nuevo) a sus cuates. Te toca chutarte sus gritos desaforados en la madrugada.
– Tengo celos, celos. Probablemente quiera controlar tu llegada, tu salida y el directorio telefónico de tus amiguis.
– Escuchar sus (mismos) problemas laborales. Parece disco rayado, con la misma perorata una y otra vez.
– La decoración. Si a tu pareja le vale sorbete si pones una muñeca vudú en la puerta, genial. Pero si ambos se clavan con el tema, seguramente será una lucha de titanes.
– La distancia al trabajo. Tengan cuidado con elegir un lugar que quede justo a la mitad de ambas chambas, de lo contrario: será un motivo de sombrerazos.
– El espacio en el clóset. Uno de los dos siempre se quedará con el 95 por ciento del sitio donde guardarán sus chivas. ¿El resto? No contamos con datos precisos del porcentaje.
– Los ronquidos. Ese ensordecedor ruido hace que uno quiera ensartarle una bola de pelo para que se atragante y deje de roncar.
– Las preferencias culinarias. Si alguno de los dos está a dieta y el otro quiere zamparse una hamburguesa: arderá Troya.
– El hartarse el uno del otro. Una cosa es que se lleven bien por unas horas y otra es verse la cara TODO el tiempo.
– Mudarse juntos para evadir la realidad en casa. Sí, lamentamos decirlo, pero muchos nomás se salen como el Borras para ahorrarse los líos que tenían en su casa.
– Que uno quiera casarse y que el otro, no. Uy, aquí la cosa se pone chimengüenchona. El matrimonio es un tema de terror que da más miedo que El Exorcista.
– El papel de baño que nadie repone. Por piedad, esto es un castigo que se empleaba en la Edad Media, no lo apliquen.
– El reguero de ropa sucia. Siempre alguno tiende a lanzar su ropa donde caiga. El otro se siente como Dora la Exploradora encontrando el par de cada calcetín y zapato.
– ¿No te vas a arreglar? Vamos, están viviendo juntos. No pretendan que el otro se mantenga por siempre y en todo momento como muñeca de Lladró.
– La invasión al espacio ajeno no es la paz. Si tiendes a cuestionarlo cuando se aleja de todo y de todos, podría lanzarte una mordida fatal.
– Las horas interminables en el baño. Sepa Dios que tanto hacen allá adentro, pero si el otro tiene prisa y no salen, podría vaciarles su AK47 encima.
– Pretender que el otro sea tu mamá. No sean manchados. Sus mamitas se quedaron en casa.
– Olvidar bajar la tapa del escusado. Sumirse en ese hoyo blanco lleno de agua NO ES CHISTOSO.
– No involucrarlo en tu vida diaria. Estás acostumbrado a la independencia, pero olvidaste que vivir juntos también implica un proyecto de vida juntos, ¿eh?
– Escoger un lado para dormir. Shot estar cerca del baño.
– Sus aficiones ocultas. Vive obsesionado con la limpieza, con revisar su correo, con pintarse el pelo. Esos detallitos que no venían en las letras chiquitas.
– Cambio o perder el empleo. Seguramente habrá roces. Aguanten vara.
– Su apatía por salir / sus ganas constantes de salir. Los planes de los domingos serán una pelea de dos a tres caídas sin límite de tiempo.
– No reconocer que esto ya tronó. Así como puede funcionar a la perfección, vivir juntos no es garantía para estar felices por siempre. Si no jala, nomás no jala.