O probablemente porque es una de mis prácticas preferidas…
No lo sé, pero el chiste es que a lo largo de esta semana –por una u otra cosa– el tema siempre sale a colación.
Ustedes, ¿se acuerdan de la primera vez que alguien “se bajó por los chescos”? Yo sí, ¡me acuerdo perfecto! Y lo recuerdo como si fuera ayer, porque fue un desastre y juré que nunca más dejaría que alguien lo volviera a intentar. Quedé curada de espanto.
Tenía cortos 20 añitos –recién cumplidos– y el que en ese entonces era mi pareja, una noche de experimentación, decidió adentrarse en terreno desconocido. Al principio, mientras bajaba, me fue besando el abdómen hasta llegar a mi sagrado Monte de Venus…
Hasta ahí, todo en orden. Yo empezaba a descubrir sensaciones completamente nuevas en mí y ¡me gustaban! El problema fue cuando empezó la búsqueda del clítoris… ¡nomás no aparecía! Y, digo, no se sentía mal, pero tampoco era una cosa tan maravillosa como la que mis amigas me habían platicado.
Para no hacer muy largo el cuento, estuvo en la búsqueda un ratito, creo que me besó y mordió –sí, mordió– más fuerte de lo que me hubiera gustado… pero el acabose fue cuando, de buenas a primeras, le entró un ataque de tos. Sí, estando “ahí abajo", ¡empezó a toser!
Creo que pocas veces en mi vida me he sentido TAN incómoda como esa noche. Lo primero que pensé fue: “¡Se tragó un pelo! ¡Qué oso!”. Le pedí que parara y le dije que "Neta, gracias, pero no gracias". Fui por agua a la cocina, le di golpecitos en la espalda y, bueno, finalmente pasó el ataque.
Cuando pudo hablar, me dijo que se le había ido chueca la saliva y yo… “Uff, qué alivio” pero de cualquier forma, quedé un poco ciscada con la experiencia y sin ganas de volverlo a intentar. Fue muy incómodo.
Pasaron 2 años para que me diera chance de volverlo a probar… Sí, era algo aprehensiva; ustedes no sean igual que yo. Fui de esas típicas personas que una vez que se cayeron del caballo nunca más se volvieron a subir… Gracias a la vida ya no soy así, pero ¿qué quieren?, me costó trabajo soltarme.
En fin, la segunda vez que alguien me hizo un cunnilingus fue muchísimo mejor. ¡Una lengua prodigiosa hace milagros! Por eso, bien dicen que: "Cuando la fuerza mengua, pa’ eso está la lengua". Ahora creo, que hay pocas cosas tan ricas como el sexo oral… no te tienes que preocupar por nadie, es un acto súper íntimo… Además, tienes a una persona dedicada a ti, haciéndote feliz –por el simple gusto de darte gusto–.
¿No es maravilloso? Y para mí, pasa lo mismo cuando tú le haces sexo oral a alguien… ¡qué delicia poderte entregar a alguien de esa forma! Ver cómo se retuerce de placer y saber que eres tú la generadora de esos gestos y gemidos. Rico, ¿no?
Así que, yo te invito a regalarle orgasmos y sonrisas a tu pareja… Demuéstrale cuánto te gusta verlo(a) disfrutar. Regálale momentos mágicos de pasión desenfrenada en los que no se tenga que preocupar por ti… y me cuentas, ¿va?
¿Qué quieren? ¡Amo escuchar sus historias!