¿Cómo robar las confidencias de los capitalinos siempre guardadas en su insondable cajoncito de lujuria? A la pregunta no la movía el morbo, sino el deseo de conocer, sin eufemismos ni censuras, el comportamiento sexual de los capitalinos. Esto es: ver de cerca, casi como testigo presencial, los rituales del apareamiento una vez que se rebasan las convenciones de la decencia. Qué ocurre una vez que entramos en el departamento de la pareja en turno. Quiénes somos cuando no tenemos ropa. Adónde se van nuestros prejuicios, nuestros tabúes, una vez que nos enfrentamos cara a cara con el deseo. La autora de este texto contactó a personas abiertas a revelar su vida sexual. A cambio de no dar sus nombres reales, debían hacer una bitácora de pensamientos calientes, encuentros sexuales y sucesos cachondos ocurridos en una semana al azar. En la fila se amontonaron 11 personas, la mayoría hombres. Se eligieron seis historias, seis formas de coger (está bien, de “hacer el amor”) y fajar. Es necesaria una advertencia: no hay manera de atenuar el lenguaje en pos de mantener el decoro. Al momento de describir la vida sexual el resultado es inevitablemente explícito.
El objetivo, reiteramos: saber cómo lo hacemos los chilangos.