Paola de la Barreda, publirrelacionista de 38 años, no podía creer las historias de sexo y drogas en las fiestas a las que asistía su hija Fernanda de 15. —tengo una amiga un año más grande que yo y ya esta saliendo con un chavo de 25 años, le dijo su hija, visiblemente impactada—. En una fiesta lo vi drogándose con coca. Empezó a presionar mi amiga para hacer cosas que ella no quería. Me dio mucho miedo, porque eran más grandes, muy metidos en la droga y nunca sabes lo que puede pasar…
También le narró en detalle que otra compañera se había emborrachado en una fiesta y tenido sexo con dos hombres al mismo tiempo. «¡Es de la misma edad de Fer! —dice Paola—. Y para que ya esté con dos cuates es porque estaba borracha, drogada, o porque tiene problemas psicológicos.»
Fernanda iba en segundaria. Se llevaba con las niñas más populares de su escuela, constantemente iba a fiestas en casas donde sin ninguna restricción podía ingerir bebidas alcohólicas. Generalmente no había padres responsables.
Antes de enterarse, Paola creía que el asunto no pasaba a mayores. Entonces tomó una decisión: cambiar de escuela a su hija. «Cuando Fer pasó de primaria a segundaria, me espanto la precocidad de las niñas. No sólo en cuanto a sexualidad, sino a drogas y cigarros. Me llamó la atención la parte sexual. No sólo relaciones sexuales jóvenes, sino parejas diferentes cada día. ¡Es estar en fiestas y en fajes con cualquiera en un sillón!»
Con los labios muy rojos, ojos verdes, piel blanca, pelo castaño chino y 1.65 de estatura, Fernanda simula 18 años. No fuma. No consume drogas. Bebe socialmente. No tiene novio. Le gusta salir, pero no se considera reventada. Asegura ser virgen. «No creo en el sexo hasta después del matrimonio: está tachadísimo pero sí creo que cuando lo haga tiene que ser con una persona que me respete. Ahorita estoy chica, y tanto emocionalmente como psicológicamente, y aunque si he hecho “cosas”, todavía no quiero tener relaciones sexuales.» Durante varios meses, madre e hija pelearon constantemente. Fernanda no quería irse del lugar donde se había educado desde pequeña. Pero no había vuelta de hoja. Cuando la joven recuerda su anterior escuela, admite que buscaba mucho “encajar”. «Cuando entras a un grupo de amigos, haces lo que sea para estar con ellos.» Se considera afortunada de no haber pasado a las “ligas mayores” como el resto de sus compañeras: niñas que, a su juicio, estaban descuidadas por sus padres. «Tenía una amiga que se quedaba a dormir el viernes y se podía quedar hasta el domingo sin que sus papás llamaran para saber como estaba.»
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