Así, pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste el martillo. Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizás tenía prisa. Pero quizás la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mi. ¿Qué puede ser? Yo no le he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta, yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como este le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo. Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir "buenos días", nuestro hombre le grita furioso: "¡Quédese usted con su martillo, sopenco!" (1)
Sé que cuando leemos algo como lo de aquí arriba, nos da risa y de pronto creemos que está exagerado… pero no lo es. Muchos de nosotros en más de una ocasión, hacemos justo eso y a veces hasta peor. Por ejemplo, en las personas celosas esto es justo lo que pasa; empiezan a pensar en que hoy en el desayuno, se fue particularmente arreglada y no se despidió de ustedes como de costumbre. Acto seguido, están TODO el día pensando en cada una de las posibilidades del por qué, hasta que llegan a la lógica conclusión de que EVIDENTEMENTE les está poniendo el cuerno y seguro que con el jefe… sino ¿por qué el aumento? Cuando llega la noche y ella entra por la puerta, lo más probable es que te le vayas a la yugular diciendo cosas como: ¡Ya sé que me pones el cuerno! ¿cómo te atreviste?, etc.
¡Ya sé que me pones el cuerno! ¿cómo te atreviste?, etc.
¿Si pueden ver la misma película que yo? Cuando lo ponemos con la historia del martillo, está hasta chistoso… pero no está mínimamente alejado de la realidad. Seguro lo han vivido alguna vez y no tiene nada de gracioso; la gente que vive así, de verdad lo sufre, pero lo interesante aquí es que ellos mismos generan ese sufrimiento. Acto seguido, cuando eso lo repetimos constantemente, como el ejemplo de los celos, lo más probable es que se convierta en una profecía auto-cumplida. Y cómo no, si la estuvimos buscando sin cesar. ¿Ven cómo amargarnos la vida es muy sencillo? Y no necesitamos de nadie, nosotros(as) solitos(as) podemos… sólo es cuestión darnos cuerda.
Todos hemos caído alguna vez -o muchas- en la tentación de buscarle el lado amargo a la vida. Cuando sientas que estás cayendo, pide ayuda, corrobora tu sentir con alguien en quién confíes; a veces un reality check no nos hace daño. Pídele a un(a) amigo(a) que te de su opinión, probablemente caigas en cuenta que igual y estás exagerando un poco. Ábrete a la posibilidad de que tal vez -sólo tal vez- hay más posibilidades de las que tu alcanzas a ver.
Haz la prueba y luego me platicas qué tal te fue… seguramente se abrirán mundos que ni creías existentes.
- Fragmento sacado del capítulo La historia del martillo, del libro "El arte de amargarse la vida" de Paul Watzlawick.