[Nota del editor: Lo aquí publicado está basado en hechos reales, pero algunos nombres y situaciones han sido cambiados para proteger la privacidad de terceros. Los puntos de vista aquí expresados no necesariamente reflejan la opinión de Chilango o de Grupo Expansión.]
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Tecamachalco, 2:12 PM
El guateque arrancó temprano; era el segundo matrimonio del padre de un buen amigo gringo. A pesar de las bajas expectativas sexuales que tengo de los estadounidenses, me gustó uno de los primos que vino de visita del gabacho para el evento. Entre broma y broma nos quedamos sin cigarros, así que decidimos caminar hacia el Oxxo más cercano –por las aceras de Tecamachalco; yo, en tacones, y con un par de tragos encima.
Resbalé. En un abrir y cerrar de ojos me encontré en el piso, con fragmentos del vaso de vidrio que llevaba en la mano derecha profundamente enterrados en ella.
Aquí pudo haber arrancado el cortejo más fallido de la historia, pero he aprendido que hasta las peores circunstancias son remontables.
Como siempre, la vergüenza le ganó al dolor –también estaba un poco anestesiada gracias a los vodka tónics que llevaba en la sangre. Siguiente parpadeo, estoy de pie, riendo a carcajadas y con la mano alarmantemente ensangrentada.
Después de las risas incómodas llegamos al Oxxo, el gringo me abrazó, me compró cigarros y una caja de curitas. `Esto es el romance de nuestros tiempos´, pensé.
Seguimos la fiesta y de alguna manera terminamos comiendo tacos con un portuguesito que recogimos al huir del Walter (ahí nos fuimos a intensear al salir de la boda) porque la música nos parecía muy fuerte.
Por temas puramente logísticos le ofrecí mi hogar para pasar la noche, `no strings attached´. Siguiente parpadeo, el primo está adentro de mí, fascinado con el piercing que atraviesa mi pezón derecho. `You´re fantastic´, decía, mientras yo gemía y llegaba al orgasmo en múltiples ocasiones.
En realidad, fue extremadamente bonito para un one night stand, una cogida con este tipo de soundtrack.
El dolor de mi mano me despertó bastante temprano. Él me recordó que tenía un vuelo en un par de horas. De todas formas volvimos a coger (fue aún mejor que las sesiones de madrugada ya que había menos alcohol en nuestra sangre).
Terminamos por enésima vez en la ducha. Salimos corriendo, –a pesar de mis piernas todavía acalambradas de tanto venirme– y lo dejé en un cajero automático en mi camino a Urgencias. El resultado: tres puntos en la palma de la mano y antibióticos durante quince días. Pero no me arrepiento ni un poquito.
EL PRÓXIMO JUEVES les voy a contar las cosas que suceden cuando te da la necedad por no dormir sola. Sé que va a ser jueves santo, pero acá los espero.
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