“Aquella vez estábamos jugando a la sobredosis. Se necesita coca de la mejor y la prostituta más miserable, más pobre que se pueda encontrar…, aunque, claro, yo insistía en que fuera mínimamente atractiva…
“La llevábamos a mi casa, le dábamos de comer, nos reíamos un poco de las caras que ponía al verse en una casa decente. Luego le dábamos la coca, que por supuesto no estaba rebajada en absoluto, como la que acostumbran consumir las personas de clases bajas.
“La de aquella noche, la de la fundación, se llamaba Joevanna. De ella vino todo. La criatura más vulgar que he conocido. Sus padres deben haber oído el nombre ‘Giovanna’ en el cine o la televisión y les sonó a una variante de ‘Joe’.
Ella tomó la coca y murió. Así, instantáneamente: fulminada. Nunca había visto una cosa semejante. Quién sabe si no tenía problemas previos de salud… En cualquier caso, cuando vimos lo que había pasado, primero pensamos que habría que cancelar la fiesta…
“Pero entonces descubrí que a mí me gustan muertas. No lo sabía hasta entonces. Yo acostumbraba ser siempre el primero pero ahora tuve una erección enorme desde antes de tomar mi popper habitual, para darme fuerzas.
“Los demás tomaron ácido porque querían ver de otro modo lo que yo estaba haciendo. Y entonces pasó. Yo soy el que menos puedo explicarlo, claro, porque no tenía ácido encima… Pero tuvimos una impresión colectiva: la impresión de que éramos bellos, nosotros, bellos y fuertes, y de que íbamos a vivir para siempre. Que Joevanna había dado su vida para que nosotros fuéramos inmortales… Yo lo supe, sin que nadie me lo dijera. Y cuando les dije, ellos me dijeron que lo sabían también.
“Entonces nos deshicimos de las demás personas a las que habíamos conseguido y después de hablar mucho rato llegamos a nuestras conclusiones, y formulamos el proyecto, y nos pusimos a redactar…
“Fue muy rápido: Joevanna no tenía aún el rígor mortis cuando terminamos.”