[Nota del editor: Lo aquí publicado está basado en hechos reales, pero algunos nombres y situaciones han sido cambiados para proteger la privacidad de terceros. Los puntos de vista aquí expresados no necesariamente reflejan la opinión de Chilango o de Grupo Expansión.]
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Foro Masaryk, 11:43
Una revista estaba cumpliendo años y nos colamos a la fiesta.
Entre copa y copa –había una peligrosísima barra libre–, me separé de mi grupo de conocidos y terminé hablando con uno de los modelos de la revista y su amigo banquero, ambos del lejano pueblo de Santa Fe.
Como a las tres de la madrugada, decidimos ir a un table (fue mi idea, imagino que para parecer supervanguardista o algo así). Nos subimos al carro del modelo con el banquero y un chavo gay muy buena onda –que hasta el día de hoy no sé de dónde salió.
Paramos en una gasolinera y por alguna razón le dimos aventón a un señor de la calle que tocaba guitarra. Recuerdo estar sentada en el piso con su instrumento (me refiero a la guitarra, jajaja), cantando alguna rola de The Kinks a todo volumen.
Después de dar un par de vueltas, el modelo confesó que tenía que irse a Acapulco en media hora a un shooting, así que nos dejó por la Condesa. El grupo se disolvió (no sé si el gay y el homeless se fueron juntos, pero esa sería una excelente historia) y yo me llevé al banquero a casa.
Cuando se desvistió, ya en mi cama, me di cuenta que estaba totalmente rasurado. `Es la primera vez que me toca uno así´, le dije, `se ve grandísimo´.
Nos revolcamos como animalitos; lo hicimos prácticamente todo, oral, anal, sadomasoquismo leve… Fue una experiencia sumamente divertida. Y me vine al menos tres veces.
A la mañana siguiente concluimos que si terminas tocando guitarra en una gasolinera con un güey de la calle, definitivamente es señal de que pasaste una buena noche.
EL PRÓXIMO JUEVES les voy a contar cómo el cortejo más fallido de la historia mejoró notablemente y terminó en una gran velada. Acá los espero.
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