Alberto – dramaturgo – Divorciado 56 años – SP PINOS
Alberto está a punto de cumplir seis años sin hacer el amor. Vive en un castillo abandonado con muebles viejos acomodados al azar. Los cuadros en las paredes no combinan, y un refrigerador de los años sesenta ocupa lo que pudiera ser una sala.
«Le huyo a la gente», dice, aunque es “víctima” de visitas: sus jóvenes ex alumnos de teatro que cuentan sus problemas a este hombre de 56 años. No apila mujeres, pero ha leído unos cinco mil libros, escrito cincoobras de teatro y dirigido 20 más en México y Colombia. Por años fue burócrata en Bellas Artes y la extinta Socicultur.
Como no usa pc escribe sus bitácoras a mano. Están vacías de sexo: «Así es mi vida: estar aquí, chismear, leer, burlarme.»
Me recibe de gorra, camiseta desgastada y pants grises. No hay la partícula infinitesimal de un seductor. Sentado en su cama, en un segundo piso en San Pedro de los Pinos, es el hombre que ve a la vida irse.
—¿Y qué con el sexo? —pregunto.
—Casi no pienso en eso.
—¿Y cuando sí?
—Ya no hay arte en la sexualidad.
—¿Cómo es cuando sí piensas en sexo?
—No sé, no sé —replica.
«En la tele todo es animal, barato. Con el sexo humanizas y te humanizan. Si no, ¿qué pedo?», explica Alberto: alto, blanco, canoso y de una delgadez que estalla en su panza.
Como acorralado a recordar un hecho vacío, perdido en el tiempo, toma aire: «Estaba recién separado de la mujer con la que viví 26 años, a la que le puse el cuerno no sé cuántas veces, sin problema; pero ese es otro rollo. Estela me vio, la vi, nos miramos y después, en cuatro días, no salí de su depto.»
Él tenía 50 y ella 22. Vivieron ocho meses juntos. «No funcionó», dice sin dar detalles. Desde entonces no ha olido a una mujer.
—Detalla esos encuentros sexuales…
—Fueron bonitos, extenuantes.
—¿Cómo hacían el amor?
—Con amor.
—Pero, literalmente, ¿cómo, dónde?
—Con amor —insiste y sonríe.
—Descríbeme una escena sexual.
—El amor, los abrazos, sus ojos… Eso es lo sexual para mí —evade una vez más.
«¿Y no extrañas el cuerpo femenino, las caricias, penetrar, orgasmear?», pregunto, y dice: «Me da pereza buscar un encuentro. Chances con chavitas no han faltado, pero da hueva empezar y ese bla bla bla, esa lucha de poder», dice succionando el cigarro.
—¿Y una prostituta?
—Nací hace bastantes años. Se usaba perder la virginidad con prostitutas. Nunca usaría una prostituta. Me parece algo bajo.
—¿Te masturbas?
—Dicen que si lo haces no tienes problemas en la próstata —contesta juguetón.
—¿Y cómo lo haces?
—No sé, no me acuerdo.
Alberto siempre está en su cuarto, que no es su cuarto porque la casa es de un amigo. Ahí fuma, toma cerveza, toca la guitarra y el piano, lee y escribe. «Me interesa el conocimiento —justifica—. Si ahorita me dicen que van a pasar un programa sobre un descubrimiento en Suiza y me dices que hay una fiesta con 20 mujeres hermosas buscándome, me quedo al programa.»
—¿Eres asexual, Alberto? —pregunto.
—Mmm… asexual, no. Es otra cosa.
—¿Qué es?
—No sé, no recuerdo.