[Nota del editor: Lo aquí publicado está basado en hechos reales, pero algunos nombres y situaciones han sido cambiados para proteger la privacidad de terceros. Los puntos de vista aquí expresados no necesariamente reflejan la opinión de Chilango o de Grupo Expansión.]
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We love burgers, 1:02 PM
Fuimos a comer una hamburguesa para la cruda con el roomie venezolano… y adivinen quién llegó.
Durante los días siguientes nos vimos regularmente –y regularmente en grupo, en inocentes planes de amigos, pensé. Hasta que, una semana después, me contó que finalmente había terminado con su vieja.
A pesar de mi escepticismo sobre la noticia cogimos esa misma noche. Por si no se han dado cuenta, las hormonas me dominan un poco… especialmente cuando un güey se hace esperar. ¿Qué les puedo decir? Si saben cómo soy, para qué me leen.
Fue un gran momento. El tipo superó drásticamente las pocas expectativas que tenía –hago lo posible por no tenerlas para evitar decepciones, tanto en el sexo como en la vida.
Hubo muchas caricias, muchos besos, incluso nos veíamos a los ojos mientras cogíamos en posiciones que lo permitieran.
Pensé que, como de costumbre, al cogérmelo ganaría mi premio y pasaría al siguiente juguete.
Sin embargo, después de esa noche este tipo me gustó todavía más.
No sabía si debía sentirme culpable por ser, en parte, la responsable del final de una larga relación de pareja.
El italianito me aseguró que llevaban varios años intentándolo de lejos –mientras el vivía en Australia y en Asia y ella seguía en Italia– y que la cosa ya tenía fecha de caducidad. Aseguró que fui su excusa para salirse de ahí.
¿Culpabilidad? En realidad, nula.
El asunto se volvió algo bastante regular: dormíamos juntos cinco o seis noches a la semana. Cocinábamos, cenábamos, fumábamos, veíamos películas… el idilio absoluto. Peeeero…
EL PRÓXIMO JUEVES les contaré cómo todo lo bueno siempre acaba. Acá los espero.
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