Una perra orgullosa: Gina Jaramillo | CHILANGO PARA TODES
“¡Avanza, perra!”, oí que me gritaba uno desde el carro de al lado, en una maniobra para pasarme y dejar en claro su hombría...
Por: Redaccion Impreso
Vía: Gina Jaramillo
“¡Avanza, perra!”, oí que me gritaba uno desde el carro de al lado, en una maniobra para pasarme y dejar en claro su hombría. Quedé estupefacta. Esa prisa ajena se mezclaba con un gesto innecesario de violencia machista. Para coronar su grito furioso, mientras aceleraba remató su odio con el claxon.
Aturdida escuché las vocecitas de mis hijes desde el asiento trasero: “¡Mami, qué buena onda que te dijo perra ese señor!”. Me quedé callada y, entre risas y confusión, pensé que “ser una perra” en sentido estricto es algo positivo (las perras son seres leales, protectores, cariñosos), pero, como bien sabemos, se invoca constantemente el nombre de algunos animales hembras para señalar actitudes que se consideran negativas o para poner una carga despectiva… No pasa igual con los machos, aunque, como es mundialmente sabido, algunos hombres, cuando andan en manada, destruyen todo a su paso, violan, abusan y nada los detiene.
Las hembras malévolas
Zorra, perra, cerda, víbora, gata, loba: palabras que provienen del reino animal y se cargan de simbolismo, particularmente de rabia, ignorancia e insolencia, construyendo así un discurso que nos degrada como mujeres en lo cotidiano, palabras que hieren y que hunden nuestra esencia en la negatividad.
La escritora Clarissa Pinkola Estés, en su libro Mujeres que corren con lobos, habla de la mujer salvaje, la que enseña a las mujeres a no ser amables cuando tienen que proteger sus vidas emocionales. La naturaleza salvaje demuestra que el hecho de actuar con dulzura en tales circunstancias solo sirve para provocar el accionar del depredador. Cuando la vida emocional es amenazada, trazar una línea de contención no solo es aceptable sino también necesario para evitar atropellos, abusos e incluso ataques mortales.
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Perra, a mucha honra
Al gritarme “¡Avanza, perra!”, el conductor buscaba agredirme, pero en el interior del auto la perra se volvió poderosa, casi totémica, una madre protectora de sus crías, un nahual de espíritu ancestral que representa los lazos cósmicos y naturales más allá del vínculo humano. Al escuchar “¡Avanza, perra!” pienso en todas las perras, en todas las zorras, en todas las lobas que no nos vamos a quitar, que nos seguiremos defendiendo, unidas y rabiosas hasta el fin; una jauría que, desde los feminismos, nos hermana en un aullido, juntas bajo la luna llena para recuperarnos de tanto vacío y pérdidas. Cada marcha, cada logro legislativo, cada elección sobre el maternar (o no), cada pequeña transformación en lo cotidiano nos empodera. Mi piel se enchina por esa fuerza colectiva y descubro un pelaje nuevo y poderoso que me transforma y que a la vez, espero, es transformador de nuestras realidades.
Avanzamos juntas, dejando nuestra huella, una huella firme, como testigo de muchas hembras en movimiento. Me siento parte. Por eso, un poco menos partida. Les abrazo. Avanzamos, perras.
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