por Sergio Pérez Gavilán
Juan tiene aproximadamente 70 años y hace cuatro meses supo que sería abuelo. Recibió la noticia mientras cenaba con su esposa, Karen, que feliz le informó sobre el embarazo de Eva, su hija más joven. La emoción es inescapable. Juan se para y abraza a Karen por la gloria de recibir a un nuevo integrante de la familia. La alegría es inmensa. Escurren lágrimas y hay gritos, pero después del júbilo lo invaden las dudas.
Eva, al igual que sus padres, ha tenido una vida complicada llena de limitaciones en los bordes de la periferia norteña de la ciudad. Limitaciones de oportunidades económicas, educativas y sociales que han fijado una conflictiva relación con su entorno. Ella espera que para su bebé, una criatura aún en brazos, la vida sea diferente. Que tenga la oportunidad de crecer distante del lugar donde nació, del lugar donde la falta de oportunidades se castiga con saña o, tal vez, venganza.
Eva tiene 28 años y se encuentra frente a un proceso penal que demanda su reclusión en un centro penitenciario en el noroeste de la zona metropolitana de la Ciudad de México. No le gusta hablar del crimen que se le imputa ni de su sentencia, que aún pende de un hilo. Sin embargo, sí le gusta hablar de su hijo: que es muy chiquito, que tiene las mejillas rosas, la piel morena como su madre y ojos de un café profundo. Que espera que no tenga que caminar los mismos senderos que ella, que él sí pueda tener una oportunidad para ser feliz.
Un sistema diseñado a medias
La Ley Nacional de Ejecución Penal (LNEP), código legal que entra en práctica en todos los centros penitenciarios del país, estipula que los menores deberán estar hasta los tres años con su madre y después tendrán que salir. Sin embargo, no siempre es así: algunos siguen hasta los seis años, generando conciencia dentro de un muro cercado por púas, barrotes y acero. ¿Qué significa la libertad cuando el cuarto de tu infancia es una celda que compartes con tu madre y probablemente al menos otras dos mujeres? ¿Sueñan con carritos, superheroínas y kits de plastilina o simplemente con caminar en el parque con su mamá?
En todo el país, alrededor de 500 mujeres viven con hijas o hijos menores en los centros penitenciarios; prácticamente la mitad de ellas radican en la Ciudad de México o el Estado de México. Estas niñas o niños deben y tienen que estar con sus madres, pero la realidad es que en esos seis años de desarrollo es improbable que puedan salir caminando con ellas. En México, cuando se habla del sistema penitenciario, es usual creer que es un lugar reservado para los peores, para las personas que incumplieron el pacto social y merecen la privación de libertad. La realidad es que el 40% de las personas en prisión ni siquiera han accedido a un juicio: están en prisión preventiva. Se les obligó a estar tras las rejas por no tener una defensa adecuada dentro de un sistema de defensoría pública completamente rebasado o por falta de dinero. Las mujeres, las madres, lejos de estar exentas, en muchos casos la pasan peor: para finales del 2020 la mitad de ellas estaban recluidas sin sentencia.
Tal era el caso de Eva, quien tuvo que entregar a su hijo; a los tres meses se lo quitaron. El área de maternidad en el que se encontraba y donde podían convivir se transformó en un espacio de cuarentena para las personas privadas de libertad contagiadas de covid-19. No es normal que esto pase, por supuesto. Sin embargo, si la ley dicta que se debe tener siempre el mejor interés del niño en mente, ¿por qué la libertad de su madre no se puso sobre la mesa? ¿Por qué es tan impensable que lo mejor para nuestra realidad social, para la de las infancias en prisión, sea la libertad de sus madres?
La prisión como fábrica de sueños
Eva llegó con la organización Asistencia Legal por los Derechos Humanos a través de su padre, Juan, quien comunicó que pondrían su estabilidad económica en juego con tal de recoger al niño antes de que se entregara, tal cual, a desconocidos. No hay una cifra exacta de cuántas madres regresaron con sus hijos recién nacidos o de hasta seis años, pero lo que se sabe con certeza es que ninguna salió en su calidad de madre, y muchas sin apoyo de otra persona para cuidar a su hijo.
Además, si bien lo mejor para una criatura tan pequeña es no distanciarse de su madre, el sistema penitenciario, corroído desde incontables facetas, también queda a deber: el 58% de los niños no tienen acceso a una alimentación adecuada ni medicamentos y el 96% no tienen ropa ni calzado adecuados.
Cuando se piensa en la prisión se debe pensar en eso: en ellas y ellos, que podrían tener muchos sueños, pero todos dependientes de la premisa que más seguido se da por sentado: la libertad. Una libertad que sabe a conciencia que nunca se presenta en soledad, sino cuando los más queridos y cercanos pueden tenerla también. Las infancias en prisión son una realidad fortuita a menudo invisible, pero que forma parte del mismo sistema que, en la gran mayoría de los casos, está atacando a la población más vulnerable del país.
Un sistema que vive más allá de los barrotes
Eva es un nombre ficticio, pero su hijo y su pena son reales. Una pesada realidad que interpela los distintos factores de abuso, omisión y castigo que sufren miles de personas que, sin estar en un centro penitenciario, lo convierten en un huésped de su casa, de su desarrollo y de su entendimiento del universo. Las infancias en prisión existen en un número lo suficientemente grande para llenar varias escuelas y en un sinfín de sueños que se están forjando desde sus primeros pasos a partir de lo peor que el país ofrece a su gente.
El escritor y humanista ruso del siglo XIX, pensado por muchos como una de las mejores plumas de la historia, Fiódor M. Dostoievski, afirmó, tras un tiempo encarcelado en Siberia, que el grado de humanidad de una sociedad se mide por el trato que da a sus prisioneros. Podríamos añadir que también se mide por el sufrimiento de las personas que rondan el sistema penitenciario: hijas e hijos, abuelos, tías, primas y hermanos, que viven con o, literalmente, dentro de la máquina que devora sueños y los suspende en el tiempo.
¿Con qué sueñan todas las infancias? Con lo mismo que las niñas y niños en prisión junto a sus madres: con cariño, protección y libertad.
Si te interesa apoyar a estas infancias o conocer más sobre la realidad del sistema penitenciario mexicano, te recomendamos acercarte a estas organizaciones.
- Asistencia Legal por los Derechos Humanos. Tw: @Asilegalmx
- Documenta. Tw: @DocumentaAC
- Reinserta. Tw: @Reinserta
- Poliana. Tw: @Poliana_mx
- Organización Comunitaria por la Paz. Tw: @Ocupa_mx
- Instituto de Justicia Procesal Penal. Tw: @Ppinocenciamx
- Equis Justicia. Tw: @Equisjusticia
- Red Solidaria de Derechos Humanos. Tw: @redsolidariaDH
- Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria. Tw: @CDHVitoria
- Observatorio Nacional de Detenciones Arbitrarias. Tw: Onda_mx
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