HACIENDO HISTORIA: LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN EN MÉXICO
En marzo hemos cambiado: Chilango para todes
Como nos cuenta Raquel Ramírez Salgado, fundadora de la Escuela Feminista de Comunicación, “es importante historizar para desnaturalizar los fenómenos”. Para hablar del presente debemos mirar hacia atrás para descubrir de qué manera se fueron dando algunos acontecimientos que perpetúan ciertas formas o las transforman.
La necesidad por informar y conocer ha sido una constante en la historia de las sociedades. En el caso de la tradición periodística en México, podemos encontrar ejemplos de publicaciones regulares desde inicios del siglo XVIII; con periódicos como la Gaceta de México (vaya, incluso antes de que estuviera conformada la nación).
El periodismo en México tuvo un auge en el siglo XIX con las publicaciones de los hermanos Flores Magón. Quienes desde sus páginas se oponían a la dictadura de Porfirio Díaz.
A pesar de la importancia de este periodismo, es crucial que notemos algo: el espacio público era masculino y alguien tenía que sacudir ese orden social. Fue entonces cuando las mujeres en la Revolución se posicionaron con semanarios como Las Hijas del Anáhuac o El Álbum de la Mujer.
Estas publicaciones se caracterizaban por una temática constante sobre la identidad femenina; cómo la tradición social mantenía a las mujeres suspendidas en una realidad con poca agencia y marco para elegir la vida que deseasen tener.
Las mujeres y la comunicación
Aunque hay mucho que comentar (e incluso criticar) sobre los posicionamientos feministas de estas publicaciones. También es importante ver sus apariciones como pequeños martilleos en el camino para derrumbar los muros de la comunicación patriarcal.
Porque estas pioneras del periodismo se encontraron con pared en cada paso del camino. Con el correr del tiempo, ya en el siglo XX, conforme las mujeres fueron incorporándose a la fuerza laboral y la matrícula universitaria femenina fue creciendo. De igual forma lo hizo la resistencia ante la voz de las mujeres en la comunicación. Las narrativas retratadas en muchas ocasiones ignoraban la perspectiva de género.
Así, en 1987 un grupo de periodistas feministas comprometidas a documentar la situación social de las mujeres mexicanas lanzaron el suplemento mensual Doble Jornada en el diario de circulación nacional La Jornada.
La publicación se mantuvo hasta 1998, cuando fue transformada en Triple Jornada, y corrió hasta 2006. A más de quince años de aquel cierre, cabe preguntarnos qué tan representativas son las redacciones como espacios y narrativas.
LAS REDACCIONES COMO REPLICANTES DEL SISTEMA
Los medios existen en una realidad atravesada por la desigualdad de género y los sistemas de opresión; los medios de comunicación suelen tener dinámicas organizativas y relacionales que no escapan a la lógica patriarcal.
Estas jerarquías y formas de construir espacios (físicos y simbólicos) tienen un efecto tanto en las relaciones en el interior de las redacciones como en las representaciones y rasgos textuales de los artículos y noticias. Los textos son ejecutados (a veces, fusilados) en medio de dinámicas de poder que urge revisar arduamente.
Si bien es cierto que en la actualidad hay muchas más mujeres frente a cámaras y tras bambalinas en el periodismo, también es verdad que las violencias se han transformado y maquillado; son al mismo tiempo imperceptibles. Aún existen dinámicas de padrinazgo y nepotismo que benefician a los hombres cisgénero antes que a las mujeres y a las disidencias sexogenéricas.
CORRIENDO A DESTIEMPO
De quince años a la fecha la manera en que se hace periodismo, desde el modelo económico hasta las narrativas, pasando por las dinámicas en las redacciones, está cambiando. Como sostiene la profesora y vocera Ophelia Pastrana; el incremento en el acceso a internet y la mayor respetabilidad para los medios digitales ha transformado el ritmo de las noticias.
Las redacciones necesitan mantenerse relevantes y a la altura de los tiempos que corren para llegar a sus lectorxs y generar contenidos que generen interés y comunidad.
Como afirma Ari Ortiz, directora del grupo de medios Pink Box; “lxs lectorxs actuales son consumidorxs y creadorxs que conversan y ofrecen visiones críticas y pertinentes a los medios”. El periodismo está sufriendo una revolución veloz para lograr ofrecernos contenido nuevo a cada minuto, ¿pero qué revolución se está viviendo tras bambalinas?
En los últimos años las conquistas feministas han logrado una mayor paridad dentro de los medios tradicionales y digitales. Pero esos logros están lejos de ser la meta máxima. Porque, como sostiene Láurel Miranda, editora en jefe de Cultura Colectiva; la paridad no lo es todo si no hay capacitaciones que sensibilicen a lxs periodistas en materia de derechos humanos.
Es urgente una capacitación íntegra para editorxs, correctorxs de estilo, redactorxs, diseñadorxs y cualquier persona que forme parte de una redacción:
Lxs lectorxs merecen información crítica con perspectiva social y los medios tienen una responsabilidad sobre las narrativas que difunden.
DE HISTORIA(S) Y JERARQUÍAS
Como sostiene la periodista Alejandra Crail, el cambio está ocurriendo. En buena medida, debido a las demandas de los movimientos sociales y lxs usuarixs, quienes ahora cuentan con el poder de la inmediatez que nos ofrece el internet. Las audiencias se están ampliando y haciendo cada vez más visibles.
“La pandemia, junto con una nueva generación de jóvenes que crean y consumen contenido”. Como nos dice la fuerza femenina de Ruido en la Red, “nos está encaminando sobre el proceso”. Con todas estas voces y enfoque paulatino en más historias, debemos preguntarnos; ¿a qué contenido le damos prioridad y cuál es el lenguaje que usamos en nuestras narraciones?
Aunque es cierto que cada vez hay más cobertura y discusión alrededor de temas que les atañen a las mujeres y disidencias; como la despenalización del aborto, el matrimonio igualitario, la identidad de género y los feminicidios. También es verdad que muchas de las palabras e imágenes utilizadas para retratar estas realidades en ocasiones siguen siendo estigmatizantes.
Como nos comenta Xoch Quintero, es importante que no se hable únicamente de la violencia que vivimos. Ophelia Pastrana agrega que es importante que se hable de las agresiones y de las carencias, pero también de la celebración a la diversidad, pues “hablamos tanto de disforia de género y tan poco de la euforia de género”.
Así como las historias en medios suelen enfocarse en el lado más abominable del ser mujer o disidencia; las imágenes que acompañan muchas noticias agravan el problema: fotografías explícitas de crímenes de odio hacia mujeres o personas trans nos llevan a preguntarnos por qué nuestro dolor es más importante que nuestra alegría.
El lenguaje que justifica la violencia
Según las periodistas de Luchadoras, este tipo de enfoque en las dolencias de mujeres y disidencias sexogenéricas se manifiesta también en el lenguaje a partir de las palabras que se usan en titulares, copies y cuerpos de las noticias; muchas veces, estas frases y oraciones caen en la revictimización y la justificación de la violencia patriarcal.
Este lenguaje no solo moldea nuestra realidad, sino que, como nos dice Izack Zacarías, del colectivo Impulso Trans; lastima a lxs integrantes de grupos marginados por la sociedad. Izack narra que, en su caso particular, la normalización de un discurso violento y la falta de representaciones sanas de la identidad trans alentaron su propio proceso de reafirmación de género.
La representación debe ser íntegra y empática; para ello, como dicen las periodistas de Malvestida, las redacciones necesitan tener conversaciones largas y sostenidas desde la confianza y la horizontalidad. Las pausas y el tiempo para trabajar un contenido con verdadero rigor requieren honestidad de parte de quienes escribimos para preguntarnos si sabemos o no suficiente sobre un tema o si no sería mejor que primero lo consultáramos con alguien que sea más cercano a él.
Todo esto nos lleva a darnos cuenta de que está bien que todxs sigamos aprendiendo y que, como dice la periodista independiente Estefanía Camacho; “debemos dejar de asumir que todxs entienden a qué nos referimos cuando hablamos de sistemas de opresión y patriarcado; las pedagogías de la información son cruciales en momentos de crisis y transformación como en el que estamos paradxs”.
Por otro lado, también debemos reconocer que, como sostiene Marion Reimers; “no toca agradecer lo mínimo, sino apostar a lo máximo”. Y tenemos el derecho a exigir un periodismo con paridad de género que se oponga a todo tipo de exclusión o violencia sistémica hacia las mujeres, personas trans, negras, mayores, niñxs y jóvenes, personas gordas, neurodivergentes o aquellas que no siguen las normas o parámetros deseados por el cis-tema.
UN MUNDO DESPUÉS DEL #METOO
A veces parece que hay un antes y un después de que el #MeToo llegase a México. De cinco años a la fecha las mujeres han puesto cada vez más el cuerpo y la mente para movilizarse por medio de marchas y proyectos de denuncia digital.
Hashtags como #SiMeMatan (2017), #MeToo (2017), #TimesUp (2018) y #MiraCómoNosPonemos (2018), junto con el auge de una nueva ola feminista y de la marea verde, nos han llevado a reflexionar acerca de la violencia física, psicológica, la falta de representación y el incumplimiento de nuestros derechos humanos.
Las consecuencias del #MeToo se han manifestado tanto en la esfera digital como en los espacios materiales. De manera particular, en México hubo despidos, algunas redacciones se posicionaron, hubo gente que salió a defenderse, a disculparse o que desapareció del ciberespacio mientras el fuego se disipaba. Se criticó al movimiento desde algunas trincheras y se celebró desde otras. ¿Pero qué hicimos con todo esto?
A tres años de que el #MeToo estallara en México es importante que nos preguntemos qué surgió de él y qué quedó prácticamente igual, porque aunque toda acción genera una reacción, también es urgente preguntarnos qué deseamos que resulte de la incidencia política.
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