Cuando desperté, el tianguis ya estaba ahí (parte III) | Razones para amar los tianguis
La tercera entrega de estas reflexiones que desmenuzan el tianguis chilango. Entendiendo sus rituales, sus entrañas y sus maravillas
Por: Redaccion Impreso
Vía: Isaac Torres
EL TIANGUIS ES UN SISTEMA
Mis años en el tianguis me enseñaron que el tianguis es un sistema. Mientras vendía playeras en La Lagu hice una carrera universitaria, y todo lo que ganaba lo repartía entre fotocopias y micheladas. Una de esas fotocopias era de un tal Niklas Luhmann, sociólogo alemán que allá por los 60 elaboró una teoría para entender los fenómenos sociales desde un punto de vista sistémico; como organismos vivos que funcionan y se reproducen a través de sistemas de comunicación.
Es decir, somos organismos que se autorregulan, se definen, se delimitan y se reproducen celularmente, mediante algo que Luhmann llama autopoiesis (el sistema produce subsistemas). Barrios o pueblos, cadenas de distribución, colectivos sociales o partidos políticos son para Luhmann sistemas sociales. (Véase Sociología del riesgo, Universidad Iberoamericana, 2006.)
“El tianguis se autorregula”
Como todo sistema, el tianguis se autorregula. En este caso, lo regulaba El Consejo de Tlatelolco y lo regulaban Aranda y Don Panchito. También lo regulan los vendedores y por supuesto lo regula la tira. Lo regula el chino que bajó el container y dictó los precios de la mercancía o el revendedor de la maquila pirata que ya le subió un pesito a cada cosa, y por supuesto lo regula el de la delegación que cobra el moche. Lo regula el líder y por algo lleva ese cargo. Pero al final quienes lo regulan son los consumidores, que determinan si está caro o no, si está rico o no, si lo compra o no.
Al tianguis lo define su oferta. Qué vende y qué precios tiene. Piratería hay en todos lados, pero chaquetas de terciopelo rojo o camisas hawaianas no. Alitas y hamburguesas donde sea, pero comida gourmet no en todos lados. El tianguis se especializa o se diversifica. Hay de antigüedades, de chácharas, de comida, de ropa, de artesanías, de paca, de autos, de instrumentos musicales, de artículos navideños, de temporada o de todo junto.
Al tianguis lo delimita su propia geografía, pero la geografía es flexible y, como todo buen sistema, si el tianguis necesita expandirse, se expandirá. Así El Salado llegó desde el Metro Acatitla hasta el Faro de Oriente. Así Tepito llegó de Roldán y Constancia a ser la colonia-tianguis por excelencia. Lo delimita la autoridad también pero no solo la jurídica sino la comunitaria. Lo delimitan los vecinos que dicen “Aquí no queremos tianguis”.
Razones para amar los tianguis
El tianguis se reproduce celularmente y se expande y se contrae. En su carácter de temporal o efímero, aparece y desaparece. Un día está y al otro ya no. Hace unos meses diversos tianguis aparecieron en el interior de varias estaciones del Metro. Se generaron a partir de una demanda social, una con estandarte violeta.
Tianguis feministas formados solamente por mujeres que demandaban espacios para generar su economía. Se reprodujeron celularmente en Garibaldi y Chabacano, dos importantes nodos de transporte de la ciudad. Este último fue punto de entrega de mercancías para mujeres que las comerciaban a través de internet.
En tiempos de entornos digitales el tianguis migra a nuevas materialidades. Espéralo en tu estación de preferencia o búscalo a través de las redes sociales, porque ahora el tianguis también es digital, neni.
EL OBJETO LLAMADO PUESTO
“Se llenaba de tiendas puestas en hileras, y tan apretadas que apenas dejaban calle a los compradores. Conocían todos su puesto, y armaban su oficina de bastidores portátiles cubiertos de algodón basto, capaz de resistir al agua y al sol” (Antonio de Solís y Rivadeneyra, antiguo cronista español, Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América septentrional conocida por el nombre de Nueva España, Madrid, Espasa-Calpe, 1970 [1684].).
Uno de los íconos más reconocidos de Chilangolandia es sin duda el puesto tubular metálico cubierto de lona. Producto de una brillante mente anónima, es sin duda un logro del funcionalismo mexicano. 10 tubos que embonan entre sí dan vida a una arquitectura efímera que recorre las calles de la ciudad. Si juntáramos en línea recta todos los puestos de tianguis que existen en la Ciudad de México probablemente podríamos unir la caseta de Cuernavaca con la de Tepotzotlán.
La teoría de la arquitectura móvil, concebida por Yona Friedma (https://www.yonafriedman.nl) en los años 50, propone estructuras modulares modificables y suspendidas por encima de las ciudades, donde el habitante adapta la estructura de acuerdo a sus necesidades. Friedman imagina un urbanismo y una arquitectura que se adapta y se modifica a conveniencia de los habitantes. Es muy probable que en alguna de sus visitas a México haya ido a un tianguis y descubierto que la arquitectura móvil se manifiesta en las calles de nuestra ciudad todo el tiempo.
EL PUESTO SE ARMA Y SE DESARMA
El objeto llamado puesto se arma y desarma, es modular y se replica hasta formar pasillos. Puede ser individual, doble o triple y ganar altura si el locatario lo requiere. Producirlo no cuesta más de dos mil pesos y puede reciclarse y adaptarse. Sus medidas son de dos metros en promedio. Al puesto pueden agregársele racks, rejas, ganchos y hasta paredes de plástico para protegerse de la lluvia.
Todo puestero debe estar listo para habitar su puesto. Los básicos que acompañan al puesto son una mesa plegable, un banquito o silla plegable o una buena caja para sentarse, una bocina bluetooth, a veces un espejo, lazos, lona y ganchos, y por supuesto una michelada comprada en el mismo tianguis. Contar con una bajada de luz ya es un lujo, pero si vendes películas pirata es muy probable que lo necesites para conectar una pantalla, porque el que no enseña no vende.
En los tianguis hay personas que se dedican a armar y desarmar los tubulares y comienzan su jornada de trabajo al alba, para tener a tiempo el esqueleto que se revestirá de todo tipo de mercancías. Hay otros lugares, como el barrio de Tepito y la zona de las Repúblicas, donde los tubulares ya no se quitan y las calles parecen tener los huesos de fuera.
REGULAR EL TIANGUIS ES TAREA IMPOSIBLE
Recientemente renombrado como Zócalo-Tenochtitlan, el primer cuadro de la ciudad de México fue también el centro del comercio y de la distribución de alimentos y mercancías, donde se instaló un tianguis en una plazuela conocida como del Volador, justo en la confluencia de la acequia real, el camino de agua que rodeaba la plaza central, frente a las casas del cabildo y a un costado del Palacio Real.
Indígenas y criollos se daban cita en el Volador para vender sus mercancías, ahora sí por monedas de plata denominadas reales o por tlacos, moneda local elaborada por los indígenas que valía la mitad de la de más baja denominación de los españoles.
El tianguis se convirtió en un problema para el ayuntamiento, y en un afán por regular lo irregulable construyeron un mercado a base de jacales de madera, una suerte de arquitectura efímera y desmontable que cualquier arquitecto de avanzada se plantearía hoy como innovación.
El mercado del Volador se montaba y desmontaba de acuerdo a los usos que tenía la plaza en su calendario, a veces plaza de toros, otras más ruedo y pista de baile. Los chilangos del pasado se echaron sus buenos pulques ahí, cuando la michelada ni siquiera podía imaginarse.
“Contener al tianguis es una tarea imposible”
El origen de los mercados públicos justamente fue tratar de contener y regular la actividad comercial en los sitios donde se asentaban los tianguis. Así surgió el Mercado Iturbide, hoy San Juan; el Parián, ubicado en el Zócalo hasta el siglo XIX), y La Merced, el gran mercado de la era porfirista. Pero contener al tianguis es tarea imposible.
En los años 50 del siglo XX, el Departamento del Distrito Federal emprendió un programa de mejoramiento urbano basado en la construcción de mercados públicos, buscando la regulación y sanidad en el manejo y venta de mercancías. La Merced, diseñada por el arquitecto Enrique del Moral, fue probablemente su elemento central. Con un ejemplar diseño moderno y monumental con mucho concreto, la Meche se convirtió en el proveedor de alimentos más importante de la capital.
Con los años, el mercado fue insuficiente para la gran oferta que se da en este lugar. El mismo Metro quedó atrapado por los puestos, y en una experiencia única, cuando uno sale de la estación ya está rodeado de puestos. Por todos los alrededores del mercado hay tianguis. Nunca es suficiente.
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