Cuando desperté, el tianguis ya estaba ahí (parte II) | Razones para amar los tianguis
Un viaje sociohistórico que desmenuza el tianguis para revelar usos, prácticas y ofertas de este fenómeno cultural e identitario de la CDMX.
Por: Redaccion Impreso
Vía: Isaac Torres
AHÍ TÚ SABES…
En aquel cruce de avenidas se abren las puertas mágicas al maravilloso mundo de La Lagunilla y Tepito, dos tianguis, dos lugares que siempre van junto con pegado, donde nuevos cronistas del mundo digital alimentan hoy en día al TikTok y al Instagram al más puro estilo de Cortés y Bernal Diaz del Castillo, convirtiendo a La Lagunilla en un lugar de clase mundial y a Tepito en un safari urbano.
Esta puerta mágica podría ser también la boca del lobo, un puerto de Tepito que cada domingo se fusiona con el tianguis de La Lagunilla (cariñosamente llamado La Lagu por los chilangos), donde un corredor de ríos de cerveza fluye a lo largo de incontables pasillos de la colonia Morelos. La lengua del lobo es algo que yo llamo la Rambla de Peralvillo, una zona de transición y concesión adornada por un camellón con palmeras, donde las aguas dulces se mezclan con las saladas y el reguetón con la salsa y el postpunk.
Cuando desperté, el tianguis ya estaba ahí (parte I) | Razones para amar los tianguis
UN PERSONAJE SIN IGUAL
Ahí conocí a un señor de nombre don Panchito, tal vez un señor genérico con un nombre genérico en un tianguis excepcional. Don Panchito mandaba y controlaba en la curva de la glorieta Matamoros (o glorieta Cuitláhuac) y era una suerte de autoridad no moral del espacio público.
Si querías un puesto en La Lagu era con don Panchito. En aquellos mozos años de principios de milenio, La Lagu comenzó a ganar popularidad en una generación postnoventera; ahí muchas industrias creativas surgían a pie de banqueta, y un puesto de tianguis podía ser el mejor escaparate.
Diseñadores de moda, distribuidores de música, anticuarios, artistas gráficos, tatuadores, aficionados del vintage y coleccionistas de todo tipo de mercancías elevaron a La Lagu a categoría de landmark y sitio obligado de la ciudad de México.
Por 200 pesos, cada domingo podía hacer usufructo de un lote de banqueta de 2×2 metros, más la cuota de 5 pesos para la “sociedad” y la de 5 pesos para la basura. Mi negocio eran las t-shirts; el lote contiguo vendía ropa dark y el de enfrente tenía al zar del tenis que dominaba los territorios de La Lagu y el Chopo.
Don Panchito era el encargado de cobrar la renta. Su lenguaje se limitaba a 3 frases: “Ándale pues”, “Ora que venga Aranda vas a ver” y “¡Ahí tú sabes!”. Comandaba a una flotilla de chalanes que armaban los puestos de tubular desde las siete de la mañana, y a las diez el tianguis ya era una realidad. Los puestos salían de locales y vecindades a lo largo de la calle Comonfort y de manera orgánica y sistemática iban formando una estructura ósea que, cubierta de lonas rosas, azules y amarillas, daba vida al tianguis de La Lagunilla.
PERO DON PANCHITO NO ES EL UNICO
Siempre me interesó ese tal Aranda. Lo imaginaba como un capo al puro estilo de agente judicial de los 80. Luego creía que era un invento de don Panchito para escamarnos. Un día nos llegó un folleto para conmemorar los 50 años del tianguis y venía firmado por Aranda bajo un cargo del que ya no me acuerdo. Aranda era real.
El día de la celebración llegó y de pronto una comitiva cruzó los pasillos del tianguis. “Ahí viene Aranda”, decían. Como político en campaña o celebridad entre la limusina y el lobby, Aranda cruzó los pasillos del tianguis saludando a todos con agitaciones de manos y una notable celeridad. El tipo era delgado y de corta estatura, vestía de blanco de pies a cabeza, incluido el calzado. Su tez también era blanca, al igual que su pelo, que se asomaba bajo un gran sombrero de copa que a finales de los 90 solo pudieron haber usado Jamiroquai o Johnny Deep en una película de Tim Burton. Tenía unas largas patillas blancas como felpudo nuevo.
Detrás de la comitiva y hacia el final del mitote venía don Panchito. A paso veloz, con su pequeña humanidad a cuestas, se le notaba feliz. Don Panchito parecía tener la edad de Yoda. Pasó junto a nuestro puesto y nos dijo muy efusivo: “¡Ahí va Aranda, ¿ves?, ahí tú sabes!”. La comitiva continuó su paso y tras ella ríos de cerveza inundaron de nuevo el caudal de La Lagunilla que en tiempos de Moctezuma dividía a Tenochtitlan de Tlatelolco.
TOY STORY EN SAN JUDITAS
Cada 28 del mes, los devotos de san Juditas Tadeo, santo de las causas imposibles, se dan citan en el mismo sitio donde hoy confluyen los miles de pasajeros del Metro Hidalgo y del Metrobús y un plantón canabicopero, y que siglos atrás supo ser la esquina donde Cortés arrancó el rally de la noche triste, perdiendo el oro y a muchos de sus compadres.
Luego de la revancha, criollos y españoles hicieron costumbre festejar con romería cada 13 de agosto la caída de Tenochtitlan. La romería se hizo tianguis y San Hipólito se convirtió en el nuevo punto de encuentro del virreinato de la mano de la Alameda Central, primera amenidad urbana de la vieja Ciudad de México.
Unos siglos más tarde, en la era en que esta ciudad solía llamarse Distrito Federal, varias familias conocimos a Santa Claus y a los Reyes Magos en el tianguis navideño que era también feria, estudio fotográfico y escaparate, donde se estilaba ir a “tomarse la foto” en familia con unos Reyes Magos interraciales y un Santa al que casi siempre le quedaba grande el traje.
En el siglo XXI este sitio ha retomado su vocación tianguista. Comic’s Rock Show se llama de manera “oficial”, pero muchos lo conocen como la Plaza del Juguete. Aquí se dan cita coleccionistas y vendedores de juguetes; los clientes rara vez son niños.
Se ofertan, intercambian y rematan cómics y figuras de acción como supermanes, hemans, g. i. joes y hasta barbies, pero lo más valorado siempre son los Star Wars de la marca mexicana Lilí Ledy y los muñequitos de la cajita Sonrics. En este lugar hay muchos aficionados dispuestos a pagar hasta el tesoro de Moctezuma por un Chubaca.
EL TIANGUIS DE SAN JUAN
Cruzando la Alameda en dirección Sur-Poniente estaba San Juan, el otro tianguis que rifó durante un buen par de siglos hasta convertirse en un mercado moderno por ahí del XIX.
San Juan en su versión mercado conserva su naturaleza guerrera mexica ofreciendo carnes exóticas de león, avestruz y camello. Un día vi un canguro desollado en uno de los pasillos y perdí el apetito por un buen rato.
Pese a que en 1551 el virrey Luis de Velasco pronunció un decreto para que en ningún pueblo de la comarca situado a diez leguas a la redonda de la Ciudad de México “se pueda hacer tiangues alguno”. Estos siguieron apareciendo alrededor de los centros de regiones como Coyoacán, Culhuacán o Azcapotzalco.
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