“Yo no me dedico a correr, me dedico a contagiar a la gente (la pasión) por correr”. Así resume Pablo Gil su faceta de atleta de asfalto. Desde que el originario de Puebla corrió por curiosidad su primera carrera de 10 km en 2011, apenas se ha detenido.
Del comercio internacional saltó al marketing de tiendas de artículos deportivos y acabó de ejecutivo de ventas de una revista especializada en running. Acumula unos 38 maratones, ha recorrido los seis circuitos que ostentan el título de Gran Maratón y en el camino participó en un reality show de deportes extremos.
Una vida escrita
“La vida o el estilo ya estaba un poco escrito. Era como decir: ‘te lo voy a poner ahí sin decirte qué va a haber, pero sigue corriendo’”. Eventualmente se afincó en CDMX, donde experimentó un particular efecto de ser atleta citadino: “Te da esta parte de apropiarte de la ciudad”.
Experimentó la adrenalina chilanga de un trazo urbano que no contemplaba ni al peatón ni a los deportistas. “Te tenías que ir por Alencastre a ver si no te atropellaban los que venían desesperados de la oficina”.
Sin rendirse
En la capital también encontró la reorientación al carácter competitivo cuando en 2015 no logró clasificar al maratón de Boston. “Me troné, recuerdo llegar a CU bañado en lágrimas”.
El suceso, curiosamente, despertó una nueva filosofía. “Ahora ya soy un Pablo que lo hace no por tiempo sino por disfrutar de correr”. La nueva aproximación al deporte lo llevó a abrir Meta Running House, un híbrido de cafetería-tienda restaurante para amantes del running, pero que asegura es para todxs.
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