Llegué al DF en el 2000 y empecé a hacer música y trabajar con samplers. Vi que en la escena musical no pasaba demasiado, que era todo muy guango.
Esta semana apareció en la red Bombeando en Masaryk, el primer track del nuevo disco homónimo de Silverio, aquel guerrerense que dejó Chilpancingo porque estaba aburrido de no hacer nada y llegó al DF a crear lo que hoy ha llamado “electrónica ejidal” y a deleitar las pupilas de un público que ya se acostumbró a verlo sobre el escenario en calzones rojos.
El nuevo disco de Silverio contiene ocho tracks, saldrá a la venta a mediados de abril en edición vinyl y digital, no en CD. Tiene colaboraciones con Otto von Schirach (Salón de belleza) y con Ali Gua Gua de Kumbia Queers. Y fue producido bajo el sello Épico, creado por él. En el video del primer sencillo podemos verlo sobre una moto customizada, paseando por el Segundo Piso, Cabeza de Juárez, el Centro de la ciudad. ¿Por qué Bombeando en Masaryk? “Porque el nombre de la calle me da risa, por popof. Me caga, de hecho”.
La gente no es pendeja y se la quiere pasar bonito, supongo que están cansados de ver tantas ñoñerías.
Silverio es un tipo rebelde. Le gusta sorprenderse. Improvisar. No es que le interese provocar, es sólo que prefiere comportarse de manera, digamos, libre, lo cual puede resultar ofensivo para algunos. Le gusta que las personas y la música tengan sentido del humor. Por eso le divierte el perreo, el reggaeton y ser un exhibicionista.
Esto fue algo de lo que platicamos con él:
¿Cómo manejas la censura?
No tiene por qué haber tantos tapujos. Mi público está entregado al show. La gente se la quiere pasar bonito, tiene la mente abierta. Supongo que están cansados de ver Cats. Las redes sociales me funcionan de maravilla porque puedo hablar sin ningún tipo de reproche.
¿Cómo son las canciones de Silverio?
No son complejas. Nos interesa mantenerlas con un lenguaje sencillo, usar los menos elementos posibles, por eso no uso la computadora. Trabajo con máquinas más rupestres que no permiten expandirte: Con poco podemos construir lo máximo. Me gusta usar elementos que hacen la música más arisca. El centro de mando es una AKAI, una MPC, una joya que fabricaron en los 80. Cuando intento hacer música con otras máquinas no me divierto. Esta viene vacía, todo lo tienes que hacer, no tiene nada adentro. La computadora tiene demasiadas opciones y puedes perderte; sólamente la uso para trackear.
¿Tienes bien ubicado a tu público?
¿Cómo es un show de Silverio?
Muy libre, hay mucha improvisación. Me meto con el público, hay un diálogo abierto que genera el espectáculo. Yo estoy encima de un escenario, pero hago el show con todo ellos. Me gusta que no tengo una audiencia pasiva. La música soporta bien el espectáculo, lo que va subiendo es mi relación con el público, tengo que levantarlos para que me respondan. El espectador está cansado de ver espectáculos en los que se acaba la canción y aplauden. Creo que el show de Silverio está lleno de sorpresas. A mí me sigue sorprendiendo todavía.
Siempre pasan cosas curiosas. En El Chango, que está por Cuautitlán Izcalli, fue bastante legendaria. Ahí la gente es muy guerrera, les gusta la fiesta como se debe. Aquella vez, estaba tocando y se subieron al escenario. Me dejaron sin paños menores. Pero yo seguí dando el show. Una dama subió, se quitó los pantalones, los calzones y me los entregó para que yo continuara. Todo eso en vivo. Ha sido una de las experiencas más grandes que he tenido.
¿Qué podemos encontrar en este nuevo disco?
La música de Silverio tiene que ver con ritmos. Me gustan muy acelerados, me funcionan muy bien a la hora de subirme al escenario. A veces hago canciones más tranquilas, pero nunca las meto en un show en vivo, son exclusivas para el disco. Siempre busco energía, que me de los beats para arriba.
¿Por qué calzones rojos?
Siempre uso calzones rojos. Me surto en Año Nuevo porque los encuentro en todos lados y me dan suerte. Su color me remite a shows de encueratrices. No tengo predilección por el rojo, pero ya se convirtió en un sello de Silverio.
San Diego y Tijuana fueron los primeros lugares en los que tocó, en una cena en el salón de fiestas de un hotel. Su tercer show lo organizó en la cantina La Faena, un lugar que, junto con El Bombay y el Savoy, frecuentaba.
Se considera un exhibicionista profesionalizado, y también un voyerista. Tanto que los domingos va al Segundo Piso a ver cómo vive la gente: aprovecha que no hay tráfico, baja la velocidad de su carro y disfruta la vista. ¿Sus otros lugares favoritos? El Anahuacalli, el Centro, el tianguis del Chopo y Cuautitlán Izcalli. No, Masaryk no.