Puede que Britney haya reunido a 42,522 personas en el Foro Sol. Puede que sus fans hayan gritado, cantado y se hayan emocionado al verla. Puede que nadie se haya perdido una sola de sus sonrisas gracias a las tres enormes pantallas colocadas a los lados y al centro del escenario.
Puede que ella haya movido piernas y brazos, cuidadosamente. Puede que haya tenido seis cambios de vestuario, que se haya trepado en una moto enorme, y en otros aparatos que la elevaban del suelo. Puede que los lasers, los neones y los fuegos artificiales…
Pero –a pesar de todo eso– a Britney Spears le faltó mucho.
Hay algo que no podemos aceptar de un músico, cantante, estrella internacional que visita un país por segunda vez –luego de una única presentación, y otra frustrada, ocurrida hace casi 10 años–, menos aún cuando lo hace frente al público mexicano, uno de los más apasionados, aunque parece que también uno al que le bastó ver a una Britney sí sonriente, pero también tiesa al bailar y sin una gota de sudor resbalando por su piel. Y ni qué decir de ni siquiera haberla escuchado cantar en vivo.
Los que no son fans de la “princesa del pop” dirán “obvio, ¿qué esperaban?, ¿quién les manda…?” y los que sí tal vez no acepten todo esto y se pongan necios, pero -vamos- hay que ser críticos. La música de Britney implica iluminaciones sincronizadas, admirables y abundantes coreografías, grandes movimientos de baile y efervescencia de parte suya.
¿Dónde quedó todo eso?
Britney ni siquiera lució cansada, ni resopló, ni perdió la perfección de su peinado.
El concierto empezó en punto de las 9 de la noche; minutos antes de comenzar, las pantallas proyectaban el nombre del más reciente álbum de la rubia y del tour que la trajo de regreso a nuestra ciudad: Femme Fatale.
“Hold it against me” fue la canción con la que salió al escenario, vistiendo de plateado. Con un efusivo “¿Cómo estás, ciudad de México? ¡No los escucho!”, la cantante estrechó el contacto con todos los que ahí estábamos. El público le respondió con euforia.
El concierto continuó con ciertos chispazos, como cuando subió a un fan hasta donde ella estaba, lo atrapó con esposas y le bailó sensualmente junto con tres bailarinas. O antes, cuando bailó dentro de jaulas, cuando se colocó una falda para lucir estilo Marilyn Monroe, o cuando se subió en un barco egipcio o, al final, cuando se colocó en una plataforma cuyo objetivo era elevarla y hacerla lucir como un ángel con enormes alas.
La emoción del público fue extra cuando sonaron “Baby one more time”, “Womanizer” y “Toxic”. Le faltó prenderlo en “I Wanna Go”, “Gimme More”, “Piece of me”, “I’m a Slave 4 U”, “S&M”…
Britney cantó los éxitos que todos habíamos escuchado, lo que hacía obvio que todos quisiéramos bailar con ella. Y aunque lo intentamos nos quedamos con ganas de movernos, imaginamos que ella también.
El concierto sólo duró 90 minutos, muy poco –creemos– para alguien que trae a cuestas siete discos de estudio y miles de fans esperándola durante casi una década. Britney se despidió del Foro Sol tras cerrar el concierto con “Till The world End”.
A ver cómo lo hace en el Monumento a la Revolución.