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BRISTOL: UNA EXTRAÑA COINCIDENCIA
1991. Una ciudad pequeña en el noroeste de Inglaterra, sustentada en la economía de altas industrias, fue punto de partida (y uno bastante extraño) para uno de los fenómenos musicales más interesantes de todos los años noventa: el trip-hop.
De un colectivo cercano a la escena de la música de baile, The Wild Bunch, surgieron una serie de personajes que, a la hora de producir sus propias musicalidades, formaban una extraña mezcla de sonidos, texturas y sabores; de la música dance al rap, pasando por sonidos vernáculos, rock alternativo y raggae.
Los más conocidos de ellos, claro, fueron Massive Attack y Tricky, bases angulares de un movimiento que tardaría pocos años en explotar: Blue Lines, debut de Massive, es ya considerada un clásico atemporal.
Mientras tanto, un tal Geoff Barrow trabajaba como ingeniero de sonido en la localidad bretona. Sus intereses en los ámbitos del sonido lo llevarían a conocer a Beth Gibbons, cantante de bar, y Adrian Utley, guitarrista de jazz.
Con naturalidad, se conformó algo parecido a una agrupación. De nombre Portishead, homónimo del pueblo donde Barrow había nacido, encontraron un espacio único en el mundo de la música, que habrían de llenar para siempre.
DUMMY
1994. Dummy fue una revolución. Al año de haber salido al mercado, logró romper las barreras de los escuchas “conocedores” y los casuales compradores de modas. Combinó extraordinariamente canciones de cabaret, texturas de jazz y producción en la más fina línea del hip-hop.
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Pocas veces en la historia un disco debut había marcado tanto con una propuesta tan seria, integral y original: si Massive Attack y Tricky abordaron sus paletas sónicas con experimentación y atrevimiento, Portishead lo hacía con melancolía, elegancia, sobriedad.
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Reservados como pocos, darían escasas entrevistas (Gibbons nunca, en esta época, se paró a ninguna): su velo hermético se elevaba. Jugaban el papel de ser la referencia principal para un centenar de nuevas agrupaciones en su mismo tenor, que lograron, poco a poco, vulgarizar la propuesta de los oriundos de Bristol al grado de convertirla en música, digamos, de restaurante. Tendrían algo que defender.
PORTISHEAD
1997. Tres años de fama y adulación desmedida, así como de imitación grotesca, movieron los ánimos del grupo; para su próximo lanzamiento, un disco homónimo, buscaron los rincones más obscuros de su sonido, reservando cualquier concesión a sus fanáticos y a la crítica no especializada.
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Portishead conflictuó a muchos, sin antes dejar tras su rastro una serie de joyas tan impactantes como muchas otras de su repertorio. Complicado, obtuso y sublime, forzaría a ser considerado ante la historia como un buen disco de transición, una especie de statement final de lo que Gibbons y los suyos creían verdaderamente de su música.
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Lejos estaban las modas y las referencias casuales entre amigos: la música es un fenómeno serio. Lástima que tardaran tantos años en seguir guiando el camino.
ROSELAND NYC LIVE
1998. Roseland NYC Live es un festejo y un disco con dos características fundamentales: es uno de los mejores discos grabados en vivo en la historia de la música contemporánea y es el experimento más exitoso en cuanto a binomios de grupo-con-orquesta-sinfónica se han realizado.
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Una acción inteligente, celebrar sus grandes triunfos musicales, pues las canciones que antes habíamos escuchado se encontraban de pronto estancadas en sus propios sampleos y texturas. Con orquesta, florecían con majestuosidad confirmando que, sin lugar a dudas, presenciábamos uno de los fenómenos más sobresalientes de las últimas décadas.
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Tragedia que haya sucedido su desaparición, tan hermética como su persona y su música. Sus miembros, cautelosos de dar declaraciones, entregados a sus proyectos (ninguno tan mediático), forzando de alguna manera el olvido. Lástima que la historia terminaría por absolverlos.
THIRD
2008. Once años después, sin embargo, regresaron. Así como se habían decidido por el olvido, sin lograrlo, el mundo enterado estaba esperándolos. El resultado generó sorpresas.
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Porque, fundamentalmente, cabía la pregunta: ¿tenía caso seguir los caminos del trip-hop casi veinte años después de su primer lanzamiento? La respuesta, una negativa evidente, arrojó un disco lleno de texturas oscuras, sonidos orgánicos y análogos, movimiento, falta de sensualidad.
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Música referencial, que tocaba los terrenos del krautrock y figuras de culto como los Silver Apples, que nunca hubiera sido esperada por el fanático casual de la banda y que exigía varias escuchas para el no experimentado.
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Lejos de abrir una nueva caja de Pandora, como en sus años iniciales, Portishead confirmó en Third lo que sabíamos desde el principio: sus pasos futuros, así lo han reflejado, permanecerán en el misterio.
