Si Katy Perry pidiera una bebida en Starbucks, se iría directo por un altamente calórico Venti caramel macchiato frappuccino con extra chispas. Mientras que Lana del Rey pediría, murmurando, un Alto doble espresso con granos tostados de Sumatra. Después de que la barista dibuje un corazón en la bebida de Katy y una sonrisa en la de Lana, ambas coincidirían en la barra, se echarían un vistazo desdeñoso de pies a cabeza y recogerían su bebida: Katy iría de vuelta con su séquito de “amiguis”, para reír en voz alta y convertirse en el centro de atención de la cafetería.
Lana, a la par, tomaría su copia raída de Lolita, de Nabokov, y leería aposentada en un amplio sillón de cuero mientras espera a que su aventurada cita de Tinder aparezca junto a ella con la frase mutua de contraseña.
Ambas tienen 29 años, pero su signo zodiacal marca el talante con el que andan por la vida: Katy Perry es una escorpión amante de la adrenalina, workahólica y perfeccionista; hay que verla sobrevivir a un año de tour mundial fingiendo una perenne vitalidad adolescente en su documental Part of Me (2012), en el que vemos a la mujer detrás de la peluca, las pestañas postizas y las coreografías colegiales que iluminan su mundo ficticio construido con pop uber-caramelizado.
En la antípoda, Lana del Rey es una eternamente sufrida cáncer que, hipersensible, se deja llevar por la marea de sus vivencias, explorando comportamientos impropios, fuera del caparazón que su personaje de muchacha de buenas costumbres lleva a cuestas. Como buena cangrejo maternal, hay que ver el cortometraje Trópico, en el que esta ninfa posmoderna cae a la Tierra proveniente de un entorno paradisiaco, para hacer el intento de redimir a través del romance, a quienes –como ella– padecen los pecados de lo mundano.
En su trip anímico, cada una llega a México: Katy, faraónica, viene con The Prismatic World Tour para deslumbrar a las masas en el Palacio de los Deportes con su pop resplandeciente y eufóricos ritmos de fiesta imperecedera.
Mientras tanto, Lana repartirá besos de piquito a los fans que logren colarse a las primeras filas del Auditorio Nacional, entretanto que saluda –cual Lady D resucitada– al público de gayola que bosteza con las notas soporíferas de su álbum contradictoriamente titulado Ultraviolence.
El yin y el yang, la extrovertida o la recatada; la marea baja o alta. El pop es como una pastilla medicada que ofrece soluciones para todos los humores y estados emocionales… uppers y downers.