Por: Omar Morales (@omarinmorales)
02:30 a.m. del domingo 12 de octubre.
Estoy en una fiesta post primer día del Corona. Húmedo, cansado y con los huesos adoloridos, sorprendido. Para calentarnos los oídos y los músculos un improvisado y entusiasta dj toca los éxitos de Kasabian. Estoy sentado en la azotea de una vieja casa de la colonia Roma, una laptop sobre mis muslos, una cerveza en mi mano izquierda, un cigarrillo en la derecha. La mirada clavada en la luna mientras intento descifrar cómo demonios voy a contarles del extraordinario concierto que acabo de vivir…
Una rubia colocada me observa con curiosidad, como niña que ve a un bicho raro. En una ficción precoz podría ser mi hija, tengo 39 y ella apenas si ronda los 20. ¿Qué hacesss?, pregunta arrastrando la s después de casi 12 horas de festival pasado por agua. Intento escribirte un poema, respondo sin saber por qué. Ok, espero a que termines a ver si me gusta, sentándose a mi lado y perdiéndose en la misma luna que yo.
Busco palabras y las primeras que encuentro tienen que ver con una relación futbolística codependiente y disfuncional (mi psicoanalista, en sueños, ríe a carcajadas). Veo la cara de Pep Guardiola, tensa, casi trabada, en esa memorable conferencia de prensa mientras escupía la imborrable frase “En esta sala él es el puto jefe, el puto amo…” Y mi poca imaginación me lleva a relacionar a Pep y Mourinho con White: En este festival Jack es el puto amo.
“Llevan mucho tiempo bajo la lluvia, ¿están locos o qué?”
A las 22:10 todo indicaba que el último tramo del primer día del Corona Capital 2014 se iría a la mierda, al drenaje con toda la lluvia que nos reblandecía los cuerpos. Festival temporalmente suspendido por condiciones meteorológicas desfavorables. 40 minutos después la desinformación se convirtió en éxodo y miles de personas volvieron a casa. A las 23:00 los escenarios principales dieron señales de vida y la esperanza volvió. 20 minutos después fue cancelado el show interrumpido de Massive Attack mientras los staffs de Jack White y MGMT ajustaban sus respectivos equipos. Ninguna palabra de los organizadores. Más gente se iba. Los tozudos, aunque empapados, aguardábamos tiritando y los vendedores de mezcal agotaban su mercancía.
“Esta canción va dedicada a todos los que estuvieron parados bajo la lluvia”
Sin saber qué demonios iba a pasar, anhelando una tina llena de agua caliente y una copa de vino tinto, pensando que ya no estoy en edad para esto y que debí traer mi viejo uniforme de bombero, a las 23:42 un destello de luz azul y una cachetada de distorsión dejó en claro que Jack White no se iría sin demoler el Corona. La gente que estaba dispersa corrió entre charcos y lodo para brincar con un clásico de los White Stripes, Dead leaves and the dirty ground.
“Díganle a sus amigos de Puebla, Guadalajara y Monterrey que vayan a nuestros conciertos porque somos el mejor show de rock de este año”
Admiro y envidio a Jack White, lo califico de loco genial. Con esta, tres veces lo he visto sobre un escenario: 2005 con los White Stripes en el Palacio de los Deportes y 2009 con Dead Weather en ese recinto de acústica espantosa que está muy cerca de Polanco y que no recuerdo cómo se llamaba en ese entonces.
En ninguna de las anteriores hubo la magia musical de hoy, no lo recuerdo tan cómodo, tan seguro y confiado. Con los Stripes estaba limitado por las deficiencias de Meg como instrumentista, Dead Weather era un divertimento. Hoy su nombre va por delante.
Seis músicos virtuosos: un baterista cuya energía y precisión soportan la avalancha armónica del grupo, un bajista que se sangra los dedos por no ser opacado, dos tótems al fondo (uno canoso de pelo largo en pedal steel, violín y mandolina y un negro enorme que se encarga del piano y los teclados eléctricos), una frágil vaquerita que asombra con su violín, coros y ukelele y al frente un titán con guayabera azul, pelo recortado y una telecaster conectada a dos amplificadores de bulbos que transmiten sus vibraciones a una pequeña televisión conectada a la enorme pantalla que los enmarca.
“No nos queremos ir, pero nos tenemos que ir”
Canciones de los Raconteurs, los White Stripes, de sus dos discos solistas, todas con fragmentos armónicos distintos a las versiones originales, con destellos de improvisación, con un trabajo de luces minimalista y coherente con lo que se escucha, azul y estroboscópico, intenso y frenético, con pruebas de que estamos viendo a uno de los mejores músicos del rock de nuestro tiempo. Con una ingeniería de sonido sorprendente, controlar esos niveles de presión sonora, de distorsión, de complejidad tímbrica sin que las frecuencias se desboquen transformándose en una plasta ininteligible, muy pocos lo logran.
“Yo soy Jack White, que Dios los bendiga”
A las 12:40 la primera y única pausa. La gente, evidentemente cansada, pide el obligado encore coreando el riff de Seven nation army. Jack vuelve y a la 01:20 del domingo 12 de octubre cierra su presentación con una guitarra destartalada de sonido hosco reinterpretando su canción más conocida. De inmediato en el escenario de enfrente comienza MGMT, su concierto programado de 22:00 a 23:00 fue detenido por la lluvia. Mis oídos quieren quedarse pero mis huesos me llevan a la salida. Jack White es el puto amo y yo tengo a una rubia colocada esperando un poema (además, debo guardar algo de juicio para llegar a los conciertos de Beck y Kings of Leon).