Existe un prejuicio en torno a la música sinfónica que la liga al ideal de virtud, como si su fin fuese aspirar a lo sublime. Pero esto no es del todo cierto. Los músicos también se inspiran en lo mundano, en lo terrible, tal como hace el compositor chilango Gustavo Larrea.
Su trayectoria empezó en 2016, año en que este vecino de la colonia Lorenzo Boturini ingresó a la carrera en Composición Musical en la Facultad de Música. Siendo alumno de primer ingreso, y sin cursar todavía materias de composición (el curso propedéutico de la escuela dura tres años), se le presentó su primera oportunidad: el concurso Arturo Márquez de la Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM), una convocatoria abierta para crear una pieza sinfónica inspirada en la mexicanidad.
Para el estudiante hubiera sido fácil tomar como base la música folklórica y cumplir con el requisito, pero él quería algo diferente: que su pieza lo identificara como mexicano, específicamente como habitante de la capital: como chilango. ¿Y qué cosa más chilanga puede haber que el Metro de la Ciudad de México?
“Para mí el Metro es como un río que recorre la ciudad y que agrupa a gente de todos los estratos y niveles. Todos, en algún momento, nos encontramos en el andén”, explica. Con esta idea en mente, Gustavo creó “Andenes”, pieza sinfónica que refiere la vida diaria en este medio de transporte.
La pieza resultó premiada en el concurso y su autor obtuvo, además de un bono económico, la oportunidad de escuchar su trabajo interpretado por la Orquesta de las Américas de la SACM, logro casi imposible para un compositor de su edad.
Dos años después, Gustavo consiguió la beca de la cátedra Arturo Márquez en la Facultad de Música de la UNAM, con ayuda de la cual compuso otras dos piezas. La primera fue Las voces de Tlatelolco, creada a propósito del 50 aniversario de la Matanza del 2 de octubre. Para ésta, el joven compositor se paró en los hombros de un gigante, el escritor José Emilio Pacheco, y su poema basado en los testimonios recogidos por Elena Poniatowska en su libro La noche de Tlatelolco.
“Cuando leí sus versos me di cuenta de que tenían su propia estructura y busqué llevar eso hacia la música”, comenta. Con los textos de Pacheco, Gustavo creó una opereta sobre los sangrientos hechos de aquella noche en la Plaza de las Tres Culturas.
Su segunda pieza de ese 2018 fue “Fayuca”, inspirada en el ambulantaje de la calle de Correo Mayor, en el Centro Histórico. En ésta retrata la desordenada armonía de los comerciantes callejeros, la tensión provocada por la policía y los acuerdos implícitos entre clientes y vendedores. En esta pieza para orquesta sinfónica (de entre 50 y 60 músicos) ocupó una sola escala de sonidos con el objeto de subrayar que, a pesar del caos imperante, todos llegan al tianguis por una misma razón: el comercio.
Aunque la capital es su musa, Gustavo admite que le provoca amor y odio a partes iguales: “No es que mis ritmos sean violentos, sino que en la armonía y la forma en que organizo los sonidos trato de reflejar lo que significa vivir en esta ciudad. No se trata de verlo como algo bonito, sino de enfatizar y retratar la realidad diaria”, concluye.
Composiciones en proceso
“Lytta”. Pieza para cuarteto de cuerdas que busca reflejar la ansiedad e intranquilidad que provoca caminar por la ciudad. El nombre proviene del insecto Lytta vesicatoria, del cual se extrae una sustancia que provoca euforia.
“Orígenes”. Pieza para cuarteto de percusiones, inspirada en los saberes tradicionales mexicanos que han trascendido por generaciones.
“Citamúsika”. Proyecto musical en tres partes que incluye una pieza para quinteto instrumental que recoge sonoridades citadinas; otra para contralto y piano, inspirada en los albures y la forma de hablar chilanga, y una tercera pieza para cuarteto de saxofones, basada en las experiencias gastronómicas callejeras.