Por: Omar Morales
Esta vez la factura me llegó por la garganta. Después de la empapada con Massive Attack, la incertidumbre, la explosión de Jack White y el poema a la rubia colocada, siento en ganglios y articulaciones la inevitable languidez que antecede la llegada de un buen resfriado. Pero el trabajo manda y a las seis de la tarde me levanto de la cama rumbo al segundo y último día del Corona Capital 2014. La frase estampada en la playera de Chilango hace juego con mis ojeras: Yo sobreviví al #CC14. En el camino me entero que terrenos y caminos son dignos del paraíso de los cerdos, que ya llovió, que hubo conatos de suspensión y que incluso el sol se animó por momentos. Primera parada, el concierto de uno de los grandes genios de la música pop, escenario Corona Light, 20:10, Damon Albarn en faceta solitaria…
Bastante más gente que el primer día (¿el doble?). Esto más que fiesta de música parece una gigantesca romería. Muchos estamos hartos del lodo e inútilmente lo evitamos, buscamos suelo firme y llenamos la curva de asfalto que divide a los escenarios principales. Afortunadamente el buen oficio del ingeniero de sonido y las enormes pantallas nos permiten ver y oír con claridad y potencia a Damon Albarn. El concierto inicia con uno de los bajos más potentes del festival, profundo y distorsionado, marcando las primeras notas de Spitting out the demons de Gorillaz. Esto se va a poner bueno…
Damon Albarn ya ha tocado en México y se le nota, nos conoce como público, sabe lo que nos gusta, lo que aplaudimos. Sería de necios y tontos no recurrir a sus grandes éxitos y nos pone a cantar y brincar cual marionetas con Kids with guns, El mañana, End of a century, combinadas con las nuevas canciones de su primer disco firmado como solista. Se acerca a las primeras filas, nos pide cantos y recibe gritos histéricos, nos moja, nos enseña las piñatas con sus rostros que algún fanático acomedido le regaló a los miembros de su banda, baila con nosotros, toca el piano para nosotros, la guitarra, y grita, grita fuerte, desesperado, frustrado…
Damon Albarn está tan molesto como yo, y como muchos, con los programadores de este festival y lo hace notar: “Tocaré un par de canciones más antes de despedirme, por supuesto que tocaría más si tuviera la oportunidad…”. Sí, otro error de los programadores porque este genio inglés de la música pop debió tener por lo menos el doble de tiempo para su show. Apenas calentamos, apenas nos olvidamos de las terribles condiciones del terreno que estamos pisando, del frío, la humedad, los altos precios, los caminos intransitables, y Damon Albarn termina El Mañana y grita y nos hace saber que de alguna forma debe sacar la energía acumulada en su cuerpo, que el concierto de esta noche es como un coito interrumpido con brusquedad, que contrario a su voluntad debe callar porque los organizadores del festival le han dado sólo 60 minutos para tocar…
Pero Damon es un titán de los escenarios con más cicatrices de las que podamos contar y nos consuela con Clint Eastwood y nos pone a cantar en masa The future is coming on, is coming on… Y nos presume en las últimas dos canciones de su brevísimo concierto que, sin escatimar, trajo para nosotros un maravilloso ensamble de seis coristas negros, gospelianos, que nos enchinan la piel con las armonías de Mr. Tembo y Heavy seas of love. Con puntualidad inglesa Damon Albarn se despide a las 21:10 tan insatisfecho y frustrado como nosotros, con la cabeza caliente y las manos hinchadas, con su garganta y nuestros oídos queriendo más de este sexo musical efímero. Suspiramos, nos frotamos las manos, vemos con temor los ríos de gente que se mueven entre escenarios y concentramos nuestras esperanzas en Beck.