De la melancolía pueden brotar cosas brillantes. También es cierto que, al contrario, puede hundir a un hombre hasta los abismos más insondables de su alma. Sin embargo, a veces, una miserable existencia es sólo un catalizador para hacer algunas de las más bellas obras de arte.
Porque no podría imaginar una obra de arte que no fuera catártica. Aunque los parámetros de belleza puedan ser cambiantes e itinerantes, al menos las obras más puras, las que vienen del corazón, salen de un estado misterioso en el que tratar de definir con certeza cuándo comenzó la elaboración de tal o cual cosa, sería un desperdicio. Los genios no tienen cronómetros exactos.
NICK DRAKE
Una noche, los padres de Nick Drake escucharon sus pasos en la cocina. Era lo normal. A veces, Nick, después de tocar por varias horas iba por un plato de cereal con leche. Regresó a su cuarto. Las horas de actividad cotidianas no valían para él. Parecía vivir con un tiempo propio, inventado por él mismo. La mañana podía ser para dormir, la noche para escribir, o viceversa. Por ello, cuando Nick no se levantaba a las 12:00 pm del día siguiente, no había mucho por lo cual alarmarse, no obstante, su madre fue a su cuarto para despertarlo. Nick estaba acostado en la cama y nunca más despertaría. Una sobredosis de antidepresivos fue la causa. No había nota de suicidio. ¿Había sido un accidente? Hasta el momento, no hay una conclusión y quizá nunca la habrá. Era un 25 de noviembre de 1974.
Quizá su inclusión en la música se dio demasiado pronto. A los 20 años ya tenía contrato discográfico y las expectativas eran muchas. No obstante, a pesar de tener un talento que pocos ostentan, era más bien tímido. Los retraídos encuentran consuelo en las habitaciones de sus casas, no en escenarios con gente gritándoles. Nick Drake, después de lanzar Pink Moon, quizá su disco más conocido y admirado, decidió no seguir tocando para una audiencia en público ni retornar al estudio de grabación. Regresaría a vivir a casa de sus padres. Medicado con anti-depresivos y frecuentando a unas pocas personas, Drake vivía una vida errante. Decía que no le gustaba vivir en casa, pero que no soportaba vivir en otro lado. La depresión era ya insoportable.
Nunca logró ser exitoso en vida. Qué injusta es la vida a veces. Con el paso del tiempo, sus manos, su voz serena, las letras de sus canciones que parecían reflexiones de un hombre mucho más maduro a sus 20 ó 24 años, lo convirtieron en un artista de culto —y es que tenía las bases necesarias para hacerlo, había estudiado Literatura Inglesa en Cambridge, y era fanático de Blake, Yeats y Vaughan. Las citas al trabajo de Drake en la música moderna son incontables. Siendo un obsesivo de la técnica en la guitarra, Drake pasaba noches enteras en busca de nuevas formas de interpretación y, su perpetua búsqueda dio resultados, hasta el día de hoy, pocos son los músicos que pueden igualar su estilo.
JEFF BUCKLEY
Si damos un salto abrupto en el tiempo, ya no es 25 de noviembre de 1974 sino 29 de mayo de 1997. Un muchacho se sumergía en las aguas del Wolf River cantando “Whole Lotta Love” de Zeppelin. Después de acomodar el equipo y ponerlo a salvo de las aguas, un roadie suyo volteó para descubrir que el muchacho había desaparecido. Los esfuerzos por encontrarlo fueron inútiles. Sería hasta el 4 de junio que dos personas descubrirían un cuerpo cerca de un bote. Fue entonces cuando el cuerpo de Jeff Buckley fue llevado a tierra firme.
Buckley tenía la música en la sangre. Quizá suene a cliché, pero es verdad. Su padre, también muerto a temprana edad, era Tim Buckley, otro ídolo perdido del folk quien murió de una sobredosis un año después que Nick Drake, en 1975. Jeff sólo conoció a su padre una vez, pero el talento estaba en su ADN. Su madre era una pianista y chelista de formación, mientras que su padrastro lo indujo a los clásicos —Zeppelin, Queen, Hendrix, The Who y Pink Floyd— a temprana edad. A los 12 hizo lo que muchos a los 20 todavía no han hecho, decidir su futuro: sería músico.
Se mudó a Hollywood para estudiar por un año en una escuela de música y, aunque después declararía que “la escuela fue la mayor pérdida de tiempo”, también recalcaría que lo que vio ahí lo ayudó a estudiar diferentes e interesantes armonías en autores clásicos como Ravel o Bartók.
Jeff Buckley no era un artista atormentado. Sin embargo, algo había en su voz, en sus cantares, que lo hacían más verdadero que otros contemporáneos suyos. La primera vez que en verdad llamó la atención, fue durante un concierto tributo a su padre. No quería colgarse de su fama, pero le molestaba no poder haber ido a su funeral o siquiera haberle dicho algo en vida. El asistir e interpretar “I Never Asked To Be Your Mountain” —canción inspirada en él mismo y en su madre—, fue su manera de rendirle un tributo. Y los reflectores descubrieron a un nuevo talento.
Tal vez fuera el ímpetu de Jeff de diferenciarse de su padre, lo que lo motivó durante toda su vida a escuchar y captar más de diferentes géneros. El folk lo acompañaba siempre, pero también el R&B, el rock clásico de sus amados Zeppelin, el blues de Robert Johnson o el jazz. Además, su rango vocal lo hacía todo más fácil, podía experimentar con el ritmo que quisiera y sonar majestuoso.
Después de tocar en cafés y en repetidas ocasiones en el legendario Sin-é —en donde igual se paseaban Johnny Depp o U2, o Allen Ginsberg encontraba inspiración—, Jeff Buckley empezaría a grabar su primer álbum. Era 1993 y el productor se llamaba Andy Wallace, famoso también por haber trabajado con Nirvana, Sonic Youth, Guns N’ Roses, Paul McCartney, Limp Bizkit, Blind Melon y una larga lista de etcéteras. El resultado se tituló Grace. La historia estaba escrita. Jamás volvería a publicar otro álbum en forma —los que salieron después son recopilaciones o álbumes en vivo. Y, no obstante eso, no necesitó de más. Los elogios vinieron a carretadas, de Jimmy Page poniéndolo como uno de sus álbumes de la década, a David Bowie diciendo que sería uno de esos discos que llevaría consigo a una isla desierta.
“Hallelujah”, la re-versión a Leonard Cohen lo inmortalizaría y, también, le inyectaría vida a una melodía que, a pesar de ser una joya, parecía metida en un baúl de recuerdos del que sólo algunos afortunados tenían la llave. Pocos álbumes debut tan recordados y preciados como el de Jeff Buckley. No sabemos qué hubiera sido de su vida. Las aguas del Mississippi se encargaron de apagar una de las mejores voces de los últimos tiempos, pero también sirvieron para elevarlo al estatus de leyenda y el eco de su canto se sigue escuchando tan vivo, como en aquel año de 1994.
ELLIOTT SMITH
Tres años más joven que Buckley, nacido en Omaha, Nebraska, criado en Texas y pasando la mayor parte de su vida en la bonita Oregon, Elliott Smith murió de dos puñaladas en el pecho el 23 de octubre del 2003.
Desde pequeño, Smith sufriría de una existencia difícil. Alguna vez dijo que “pudo haber sido abusado sexualmente” por su padrastro, y además, en “Some Song” alguna vez escribiría :
“You’re a symphony, man, with one fucking note
How they beat you up week after week
And when you grow up you’re going to be a freak”
Una infancia complicada, muchas veces sienta las bases para una vida adulta de complicaciones. Cuestiones no resueltas que llegan a la cabeza una y otra vez, y en donde buscar las razones del porqué, ya parece una tarea inútil. La pareja de Smith al momento de su muerte, alguna vez dijo que las drogas y el alcohol que acompañarían al cantante durante gran parte de su vida, eran los remedios que utilizaba para “sedar” un poco los recuerdos traumáticos de la niñez.
Asistió al Hampshire College y obtuvo un grado en Filosofía y Ciencias Políticas. A pesar de que la razón principal de entrar al college fue su novia y había cortado con ella un día antes de empezar las clases, decidió seguir adelante porque, según él mismo, “alguna día se arrepentiría de no haberlo hecho”. Además, fue ahí en donde conocería a Neil Gust, con quien formaría Heatmiser.
Tal vez nunca debió estar en una banda. Lo de él era la introspección. La catarsis permanente de la que hablé antes. Una inspiración encontrada en los demonios internos, en las fatalidades y adversidades, en el no saber para dónde se va o cómo ir hacia ese lugar. Fanático de Kierkegaard, el filósofo danés que con tanto ahínco intentaría desentrañar el concepto de “angustia”, Smith era un existencialista trágico. La heroína, el alcohol o los antidepresivos parecían sólo ser un remedio pasajero. Su guitarra, las letras que escribía y su susurrante voz funcionaban mejor cuando de liberarse se trataba. Y así parece ser para muchos otros, quienes también encuentran consuelo en la música de Smith. Un atormentado para los atormentados.
https://www.youtube.com/watch?v=FQrhA6QtWOM
Al contrario que Nick Drake, Elliott Smith sí pudo disfrutar del aprecio de críticas y fanáticos. Desde su debut en 1994 —cuando todavía estaba con Heatmiser—, pasando por su homónimo disco Elliott Smith o el Either/Or —inspirado en la obra de Kierkegaard con el mismo título—, el pináculo de su carrera llegó cuando en la 70 edición de los Oscares, Elliott salió enfundado en un albo traje para interpretar “Miss Misery”, incluida en la banda sonora de la aclamada película de Gus Van Sant Good Will Hunting. Los ojos del mundo estaban en Elliott Smith, pero el vacío interior podía más que eso.
Los últimos tiempos de Smith fueron contrastantes. Se volvió paranoico. Fue detenido por policías en un concierto de los Flaming Lips y Beck e intentó rehabilitarse por medio de los 12 pasos, sin poder siquiera completar el primero. Sin embargo, con otra terapia de rehabilitación, parecía mejorar. Después de cumplir 34 años, dejó el alcohol, la cafeína, la carne roja, el azúcar refinada y sus medicamentos psiquiátricos. Empezó a trabajar en un nuevo disco y las cosas parecían ir bien.
El 23 de octubre del 2003, Smith murió por dos puñaladas en el pecho. Según su novia, después de discutir con él, ella se metió a bañar y escuchó un grito. Una supuesta nota de suicido decía: “I’m so sorry—love, Elliott. God forgive me.”, sin embargo, hay sospechas de un homicidio. Al final, los policías no siguieron investigando, pero la incertidumbre es lo que reina.
Tres mentes que se apagaron jóvenes. Tres músicos que dejaron un legado que hasta el día de hoy sigue siendo apreciado y de los que, seguramente, seguiremos escuchando por largo, largo tiempo. Un remedio para los relegados, y un deleite para cualquiera que ame la música, los tres tuvieron un tiempo perfecto para escribir su leyenda, y no nos queda más que disfrutarlos.