¿En cuántas recámaras o cuartos de ensayo de bandas amateurs se escuchará el riff de ‘Smoke on the Water’? Es un misterio. Lo cierto es que la pieza lanzada en 1972 se mantiene como uno de los más grandes clásicos del rock y este martes Deep Purple lo confirmó en territorio chilango.
La banda británica metió ocho mil fans —según organizadores— al concierto que ofreció en la Arena Ciudad de México, un foro con capacidad para 22 mil personas sentadas.
No llenó, efectivamente, pero habría que ser un poco condescendientes con una agrupación de tan alto kilometraje, o echarle la culpa a Grupo Avalanz por construir su inmueble tan lejos (en Azcapotzalco).
Purple es una de esas agrupaciones que no necesita de explosiones, sofisticados sistemas de iluminación o escenarios grandilocuentes. Ayer le bastó su rock duro —y algunas notas del himno nacional o de la clásica Tequila— para encender al público mexicano y ganárselo.
A las 21:30 horas, y después de una deslucida presentación del grupo Molly, Purple inició su oferta con piezas de su más reciente producción Now What?! (2013) e imprescindibles como “Strange Kind of Woman”, “Lazy”, “Perfect Strangers” o “Space Truckin”.
Cada uno de los cinco músicos tuvo su espacio para lucirse con su instrumento y el público correspondió con gritos y aplausos.
El baterista Ian Paice literalmente le puso color a su solo al usar unas baquetas con luces verdes y rojas en las puntas. De la boca de Ian Gillan aún salieron las notas altas que caracterizan su canto y hasta la armónica tocó. “Gracias por estar aquí, los queremos mucho”, compartió el vocalista al principio del concierto.
Don Airey fue de los más ovacionados al ejecutar los teclados y el órgano Hammond, instrumento sesentero clave en la música de Purple. El bajista Roger Glover y el guitarrista Steve Morse también tuvieron sus minutos para desplegar su virtuosismo e interactuar con los fans.
La banda formada en 1968 hizo un falso cierre con “Smoke on the Water” y luego ofreció un encore con “Hush” y la potente “Black Night”, otro clásico que levantó a los asistentes de sus asientos para ponerlos a sacudir las cabezas.