Con poco más de un minuto de aplausos y con el público de pie fue reconocido el violinista alemán David Garrett en el Palacio de Bellas Artes, luego de que fuera criticado por algunos sectores por presentarse en el máximo foro cultural del país.
Anoche fue la primera vez que ocupó este recinto, considerado como un espacio para la música culta, donde los asistentes de cualquier modo al final le regalaron infinidad de aplausos y se levantaron de sus asientos como parte de este recital clásico de cerca de dos horas.
Con sus inseparables jeans, un saco negro y una playera debajo, apareció el músico de cabello largo rubio (que lo traía amarrado de una coleta), mostrando así su sencillez, en tanto a los presentes se les veía hasta de gala y vestidos de noche.
Garrett emergió sobre el escenario a eso de las 8:11 de la noche, portando su Stradivarius “A. Busch” de 1716, acompañándose además del pianista francés Julien Quentin.
El programa inició con “Sonata para violín y piano en la mayor” de César Franck, para seguir con “Leyenda en sol menor Op. 17″ de Henryk Wieniawski.
Entre los espectadores se escuchaba “maravilloso”, “espléndido”, “excelente”, sin que por ello se perdiera la solemnidad, el respeto y la seriedad, propias de un concierto clasicista.
Garrett dio un repaso por Pablo de Sarasate con Romanza andaluza Op. 22/1, así como Antonin Dvorák con Humoresque en sol bemol Op. 101/7.
No faltó el sentido del humor del violinista y agradeció cada aplauso durante cada pausa entre interpretaciones.
De las más aclamadas de la noche, por su velocidad y cambios de ritmo al violín, fueron “Csárdás” de Vittorio Monti y “Polonesa en re mayor Op. 4” de Henryk Wieniawski, además de Variaciones sobre un tema de Corelli en el estilo de Tartini de Fritz Kreisler.
Aunque el show solamente tuvo un pequeño intermedio, la entrega fue continua y prácticamente sin pausas, en la que David Garrett cerró con “La Ronde des Lutins” (La ronda de los duendes) Op. 25 de Antonio Bazzini.
Mientras sus fans clamaban con alguna selección de Paganini, regaló una sonata más que dejó extasiado al Palacio de Bellas Artes.
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