Llegó a la montaña antes de caminar, se ha abierto paso en la élite del trail running y su carrera apenas despega. No es de extrañar, para Karina Carsolio el deporte extremo es cuestión genética: es hija del legendario montañista Carlos Carsolio y Elsa Ávila, la primera mexicana en llegar a la cima del Everest.
“Llegué a la foto y ya había muchísima montaña”, dice entre risas. Su niñez la pasó entre los cerros de Naucalpan y Valle de Bravo, con la naturaleza reemplazando los juguetes convencionales. “Para mí fue al revés asimilar que eso no era normal”.
La adrenalina, una salvación
En los años preparatorianos escapó a Canadá, pero elegir el camino de la medicina la trajo a la capital chilanga, que, literalmente, la asfixiaba. “Diario decía: me quiero ir de aquí”. La adrenalina le salvó: los trayectos entre Coyoacán y el Hospital General los hacía en patines.
“Me aloqué, me agarraba de las salpicaderas de los camiones. La ciudad, el tráfico y el estrés se convirtieron en un videojuego. En la ciudad me di cuenta de que estaba perdidamente enamorada de la montaña”, recuerda. Se mudó a las faldas del Iztaccíhuatl y comenzó a competir.
Punto de concentración
Acabó en tercer lugar de la Dolomysthsrun de la Golden Trail Series en 2021, conquistó la Triple Corona de Solo para Salvajes y en solo unos años incluso puede definir sus circuitos favoritos: los que implican escalada, manos, cuerdas fijas y cruce de glaciar.
“Estar en esos ambientes alpinos te lleva a un punto de concentración en que olvidas todo, solo eres tú y tus movimientos. ¿Hubo una exigencia familiar por la competencia? “Nunca tuve esa presión”, responde. “Competir solo me da la oportunidad, de viajar, conocer y vivir del deporte; la montaña es un templo”.
Su declaración de principios no sorprende del todo, pues en el universo de Karina Carsolio, solo se responde al llamado de la naturaleza.
Si buscas qué hacer en CDMX, suscríbete a nuestro newsletter.