Ese futuro distópico donde nos veíamos abriendo la llave del agua sin recibir una gota, acarreando agua de donde fuera, reciclándola una y otra vez, parecía lejano. Ya nos alcanzó.
La Ciudad de México (y mejor dicho, la no periferia) ha sido ese bastión de privilegio donde el agua nunca faltaba, donde llegaba limpia (nunca potable, pero limpia). Esto ya se acabó.
Vivo en la Benito Juárez, en cualquier otro momento de la historia sonaría a que es un gran lugar (y lo es, lo ha sido), pero en estos días es la alcaldía donde el agua que sale de la llave huele a gasolina, a insecticida, con una textura oleaginosa. Todo el mes de abril fue así, en algunas colonias más que otras, y hemos tenido que adoptar nuevas rutinas que, al menos a mí, me han hecho darme cuenta de que esa “realidad lejana” está aquí y ahora.
Me baño en los gimnasios, en estudios de yoga, en casa de amigxs o familiares, cualquier lugar fuera de esta zona de contaminación; enjuago las frutas y verduras con agua traída de otro lado; para lavarme los dientes, para beber o cocinar, uso agua de garrafón porque los filtros de casa no funcionan ante esta contaminación. El agua no solo huele sino que se siente diferente, un diferente muy malo.
En estos días me la paso cargando una botella para llenarla en cualquier lugar donde el agua no esté contaminada. A veces me ven raro y solo digo con sonrisa incómoda: “Es que soy de la Benito Juárez”.
El parque San Lorenzo ha fungido como depósito de garrafones para paliar la falta de agua limpia, hay que esperar para conseguir uno, pero al menos hay. En muchas zonas de la periferia de la ciudad es la pena diaria. Veo videos de lugares como Janitzio, en Michoacán; la bonita isla del lago de Pátzcuaro ahora emerge de un lodazal, el agua se esfumó dejando un suelo agrietado. El escenario de esas películas de futuros distópicos lo tenemos frente a nosotrxs y no estamos actuando.
Esta edición de mayo lleva como tema central la escasez de agua, un tema por demás urgente ante ese sonado “Día cero” cuando se seque el Cutzamala. El reportaje principal analiza la CDMX como si se tratara de una persona: revisa sus síntomas y signos vitales para identificar por qué tiene un semblante cada vez más deshidratado, y por qué, en lugar de alarmarnos, deberíamos enfocar nuestros esfuerzos para recuperar su salud.