Samuel Beckett pudo haber sido elescritor irlandés más grande del último siglo, pero desgraciadamente nació enla tierra de James Joyce y poco pudo hacer para arrebatarle la fama.
Lamentablemente, Beckett nunca escribiósobre cosa alguna y centró sus palabras, de manera confusa, en el absurdosentido de las palabras.
¿Qué?
Así es la naturaleza de sus textos,brutal. Absurda. Vacía. Callada. Desesperada y desesperante. Corta. Sin vida.Profundamente hermosa, infinitamente interesante.
Como en la más famosa de sus obrasteatrales, Esperando a Godot, donde dosesperan a uno sin que suceda nada. O en la segunda de sus novelas, MaloneMuere, donde, sencillamente, muere Malone.
O en Cómo Es, donde un patético personaje Pim se revuelca en el lodo al son dela iteración, una rápida sucesión de ideas, la nada, para nada, no haydescanso, falta un solo adjetivo, no llegamos a ningún lado, etcétera.
En su poesía, que fácilmente podríaresumirse en el sentido y el título del último de sus poemas: Cómo decir. Qué palabra. Por qué decir. No llegamos a ningún lado, tenemosque pensar cómo llegar a ningún lado, la palabra existe más allá de susignificado. ¿O no?
No es tan intenso, pero rompe la cabeza ydivierte por su inteligencia: la palabra cómo ola palabra qué generalmente refieren a algo,pero en Beckett se demuestra que, desnudas de su contexto, encontramos lalógica misma de nuestro lenguaje y nuestro pensamiento.
¿Cómo decir qué? ¿A qué se refiere el cómo? ¿Dóndedemonios está Godot, el sentido de la narrativa? ¿Dónde está la ideageneralizada del autor plasmado en su obra, el escritor que desgarra todas susexperiencias personales en cada línea?
No hay concesiones. Ni existe un SamuelBeckett. Ni vale más que pensar que pensar es objeto de la palabra, y pensar enla palabra es pensar en la nada.
"Nada".
Simpático. Es una palabra.