Banksy es un artista significativo por esta razón. Si bien actuar como un vengador desconocido de las causas marginadas no es la más original de las ideas, el artista inglés ha llevado esta épica a los territorios de la realidad con enorme éxito y resonancia.
Importa poco que dibuje ratas enemigas de la monarquía, protestantes rabiosos con flores en la mano o cualquier otra forma irónica de la contestación. Lo valioso en Banksy es su increíble capacidad por mantener a un público enterado, interesado y en permanente especulación por sus siguientes actos o su identidad. Si Banksy no fuera dueño de su secreto, sería aburridísimo.
Porque el arte callejero padece de muchas obviedades. Es una moda, aún algunos lo descubren, pero tiene el interés discursivo de un sindicalista gritón a la mitad de una marcha en Reforma.
"Somos los ilegales. Actuamos al margen de la ley. Nadie nos podrá detener. Poder para la gente. Invadimos, traviesos, el espacio de las autoridades. Malditas autoridades". Mala política, de la aburrida.
Pero el pirata inglés al que nos referimos es un poco más inteligente. Ha logrado convertir su identidad en un asunto de la política, entendiendo ésta como cualquier acción realizada en sociedad. Banksy no es un artista de mensajes, sino de medios para lograrlos: nadie lo ve, nadie ha podido descubrirlo, todos los siguen.
En este contexto, creo que ha logrado la más divertida de sus intervenciones: el día 12 de enero, un usuario de ebay subastó la identidad del artista. La puja iniciaba en $3,000 dólares y sus referencias parecían las adecuadas. Tenía buena reputación de ventas. Decía haber conseguido la identidad del grafitero por medio de investigaciones fiscales. Todo bien.
La pugna monetaria alcanzó las 208,100 libras esterlinas y, de pronto, el producto ofrecido desapareció del mercado. La verdadera identidad de Banksy se desvaneció de las manos de sus compradores. La promesa se había roto, el misterio se había incrementado.
Digo que lo anterior fue obra del artista porque me parece verosimil, por la ironía del gesto. Y también porque es una acción clásica de los artistas cotizados, recuperar el interés en su obra.
Salvador Dalí destazó a una vaca en la vitrina de una tienda. Damien Hirst creó la obra más cara de la historia, sin intención de venderla. Rothko fue abandonado a su muerte. Warhol… bueno, Warhol fue Warhol.
La diferencia es que de todos ellos conocíamos sus identidades.
Y la intro de su peli/documental