Como no soy muy extrovertido ni altisonante, siempre se me ha dificultado dar el grito de Independencia. A la hora en que otros vociferan, con exaltación tricolor, “¡Viva México!”, yo asiento en silencio como si estuviera en una sala funeraria y no en una plaza llena de banderas, matracas y borrachos con sombreros zapatistas.
Si algún día me viera en la necesidad de dar el grito en el Zócalo (no descarto la posibilidad de lanzarme a la Presidencia de la República por el partido de los zurdos o de los bibliófilos), necesitaría desinhibirme con algunos mezcales antes de la ceremonia. En mi calidad de primer mandatario, ya habría nacionalizado el comercio del mezcal para impedir que los mejores destilados de nuestro país terminaran en los antros de la burguesía extranjera. Expropiaría, por ejemplo, la marca “Dos hombres”, fundada por los actores principales de la serie Breaking Bad, en la que los mexicanos no salimos muy bien parados. Para erradicar la plaga de “celebrity tequilas”, también prohibiría a los productores jaliscienses que le vendan a Kendall Jenner, dueña de la marca “818” (el nombre es su código postal en Los Ángeles), o a Elon Musk, culpable de que se vendan botellas de “Tesla Tequila” en más de mil dólares.
Ya alcoholizado con licor paraestatal, saldría al balcón del Palacio Nacional y ondearía la bandera con los ojos cerrados, para evitar que mi expresión de disgusto revelara mi actitud hacia el lábaro patrio. Por desgracia asocio sus colores chillantes con la Navidad y el escudo me recuerda la trágica desecación del lago de Texcoco. Además, ni el águila ni la serpiente ni el nopal son especies particularmente mexicanas. El águila real sobrevuela el hemisferio norte tanto en América como en Eurasia, las víboras de cascabel son casi panamericanas y el nopal, aunque es endémico de México, se cultiva y procesa en todo el mundo (los sicilianos incluso preparan un licor de tuna muy sabroso).
“¡Macehualtin!” gritaría a continuación; usaría este vocativo plural en náhuatl para evitarme la pena de enumerar “mexicanas, mexicanos y mexicanes”. Luego de vitorear a las y los héroes convencionales de la patria, agregaría al poeta Francisco Sánchez de Tagle, que firmó el acta de nuestra independencia, a Elvia Carrillo Puerto, la “monja roja del Mayab”, y a Helia Bravo Hollis, la primera bióloga mexicana, la “Reina de los cactus”.
Por último, en vez de tocar una campana como hizo el cura Hidalgo, golpearía un gong como un gesto geopolítico, advirtiéndole al vecino del norte sobre nuestra apertura a negociar con China en la formación del nuevo orden mundial.
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