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Desafiando estereotipos de género: la soltería en la era de Flowers, de Miley Cyrus

En los premios Grammy de este 2024, la Academia Nacional de las Artes y las Ciencias de la Grabación de Estados Unidos premió como mejor grabación del año a Miley Cyrus por su sencillo “Flowers” (Flores), una oda al…

En los premios Grammy de este 2024, la Academia Nacional de las Artes y las Ciencias de la Grabación de Estados Unidos premió como mejor grabación del año a Miley Cyrus por su sencillo “Flowers” (Flores), una oda al amor propio escrita en el momento de soltería que atraviesa la cantante, después de terminar su matrimonio con su pareja de 10 años.

En esta canción, Cyrus nos cuenta que después de ponerle fin a una relación ella comenzó a recordar que podía comprarse flores a sí misma, sacarse a bailar, estrechar su propia mano y, sobre todo, pudo recordar que podía amarse a sí misma mejor de lo que nadie puede. 

Sin duda felicitamos a la Academia por premiar este tremendo mensaje, y agradecemos a Miley haber tomado la decisión de compartirle al mundo este aspecto tan positivo de lo que seguro fue un episodio muy significativo en su vida. Sobre todo, en un mundo regido por las normas del amor romántico donde a las mujeres se nos dice que necesitamos “defender nuestros matrimonios a capa y espada, sin importar nada”, donde las canciones de amor y despecho son virales porque terminar una relación de pareja es lo peor que puedes atravesar en la vida, y finalmente donde “quedarse solterona”, siendo “la señora de los gatos”, representa el peor fracaso por el que una mujer puede atravesar. 

¿Cómo es que llegamos a pensar esto? En este artículo quisiéramos hacer una pausa y reflexionar a profundidad sobre lo que significa la soltería en la vida de las mujeres, en esta era donde por un lado aparece el éxito de Flowers, pero por el otro una realidad diversa donde si bien todas somos mujeres, no todas vivimos la soltería de la misma manera por lo tanto nos atrevemos a cuestionar si la soltería es siempre una condición elegida o también puede ser una condición impuesta.

La soltería cuando eres mujer

Para comenzar a indagar al respecto nos detenemos a reflexionar primero sobre nuestra condición de género de mujeres, porque, aunque la soltería es una experiencia que puede ser vivida por cualquier persona, no se vive de la misma forma por hombres, mujeres y disidencias sexogenéricas.

Hacer esta distinción es un primer paso y quizá el más importante para realizar un análisis feminista del fenómeno, y es que claro que podemos decir que la condición de soltería es el hecho de no tener una pareja aquí y en Marte, y por lo tanto es igual para todas las personas, pero desde diferentes disciplinas se ha observado que esta experiencia se vive subjetivamente diferente dependiendo el género. 

Las mujeres, en el orden social de género que habitamos, tenemos como designación y cima máxima de realización el convertirnos en madres y esposas, por lo que se ha construido así una maquinaria alrededor de esta meta, en donde la soltería no cabe. Los alcances de este orden no son sutiles ni inocentes, gracias a él podemos hablar de matrimonio infantil y mencionar que, de acuerdo con UNICEF, en América Latina y el Caribe 1 de cada 4 niñas se casa o entra en unión temprana antes de los 18 años, además de ser la única región del mundo donde los matrimonios infantiles no han disminuido en los últimos 25 años y ocupa el segundo lugar en el mundo en embarazos adolescentes. 

Si bien conforme al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) en México, la edad promedio de las mujeres al casarse aumentó de 27 años en 2013 a 31 años en 2022, esta edad sigue siendo más baja que la de los hombres, cuya edad promedio para contraer matrimonio es de 34 años. El propósito de poner este panorama sobre la mesa no es señalar a las mujeres que han optado por el matrimonio como opción de vida, sino complejizar qué es lo que sostiene al matrimonio y a la vida en pareja en el centro, y a las experiencias de la soltería siempre en el plano de lo marginal. 

Para responder a estas preguntas necesitamos ser conscientes de que los mandatos de género todo el tiempo son reproducidos por medio de los productos culturales que nos rodean, desde las canciones, las películas, las redes sociales, hasta los discursos de instituciones como la familia, la Iglesia y el Estado capitalista mismo. Muchas veces los mensajes referentes a la maternidad, pero sobre todo al matrimonio y la vida en pareja vienen empaquetados de color rosa y se refuerzan en fechas como San Valentín, en donde las escuelas practican la simulación de los “registros civiles”. 

Foto: Instagram

De esta forma el amor romántico ha creado un modelo de aspiración en el centro, construido por el imaginario de una pareja heterosexual, mujer y hombre, que además tengan características específicas basadas en el arquetipo romántico princesa-héroe, y por lo tanto la mujer además de ser dócil y femenina, necesita ser bella, conforme el estereotipo hegemónico de belleza y el hombre necesita mostrar atributos varoniles, de fuerza y galantería para merecer su amor. 

La llamada ‘soltería impuesta’

Cuando este es el supuesto bajo el que todas, todos y todes nos relacionamos, se producen situaciones como, castigar o relegar aquellas mujeres principalmente, pero también hombres que no cuentan con las características hegemónicas para ser “merecedoras del amor romántico”, siendo así como surge lo que llamamos la soltería impuesta.

Esta forma de soltería puede considerarse un tipo de violencia simbólica que refuerza el discurso de si no eres mujer o un hombre con ciertas características no eres merecedor de ser elegido en este hito llamado “amor” que te llevará a alcanzar la plenitud a través de la vida en pareja que en el caso de las mujeres, como vimos anteriormente también es su misión de vida.

De esta forma renunciar a estereotipos de belleza o simplemente vivirte como mujer desde cuerpos no hegemónicos pueden ser clave para vivir una soltería impuesta patriarcalmente. Y es que en nuestro caso la belleza es vista como característica de la feminidad, y renunciar a ella por lo tanto es renunciar a volverte objeto de deseo para otro varón.

Consideramos también que el plano de lo estético no es el único ejemplo donde la soltería impuesta opera como castigo, sino también a muchas mujeres las atraviesa al momento de ejercer el trabajo sexual o simplemente ejercer libre y abiertamente su sexualidad, ya que son juzgadas social y moralmente siendo menospreciadas al hacer referencia a que son mujeres no merecedoras de una relación en pareja porque “no sirven para algo serio”. 

¿Qué es la soltería elegida?

En medio de este panorama es como enunciarnos desde una condición de soltería elegida para las mujeres se vuelve algo sumamente retador, ya que no existen muchos referentes que validen nuestra decisión y mucho menos una educación que nos haya enseñado a vivir la soledad como herramienta de vida para la autonomía, como lo señala Marcela Lagarde en su texto “De la desolación a la soledad”. 

En él, Lagarde menciona la dificultad que tenemos las mujeres para reconocer a la soledad como un espacio necesario para autoconocernos, debido a que en nuestra construcción relacional a las mujeres se nos ha hecho dependientes de la presencia de los hombres. 

Reconocer la potencia de la soltería es reconocerla también como un encuentro hacia el amor propio, que quizá es el más difícil de encontrar, porque la hegemonía del mundo no es considerar a nuestro amor propio como algo valioso y prioritario, como sí lo es la reproducción social del mundo a través del matrimonio.

No obstante, desde la introspección y el trabajo colectivo feminista podemos continuar cuestionando los discursos que invalidan las vivencias de la vida de una mujer soltera, y como respuesta podemos apostar por resignificar las experiencias de amor propio y autocuidado como aspiración y misión de vida. Porque la vida de una mujer soltera puede ser tan alegre, divertida y placentera como la vida en pareja, porque regalarnos flores a nosotras mismas y masturbarnos siempre será un plan maravilloso de fin de semana.

Andrea González es colaboradora de la dirección de educación para la igualdad en la CIGU-UNAM.

María Fernanda López es colaboradora de la dirección de políticas de igualdad y no discriminación en la CIGU-UNAM.

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