Sobre Avenida Universidad estaba Comics S.A., una prístina tienda de comics y juguetes en cuya fachada había un Hombre Araña escalando el edificio. Era una locura pasar por ahí. Uno no se imaginaba qué clase de inversión implicaba aquella figura a escala que soportaba el sol y las lluvias.
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Acompañé a mi buen amigo de la infancia a la convención de cómics y figuras de acción y coleccionables Unboxing que se desarrolla, no sé si dos veces al año, enfrente del hipódromo. La entrada cuesta 300 lanas, lo que te permite a grandes rasgos tomarte fotos con un Thanos tamaño real, fotos usando su guante infinito (imposible no hacer el chiste de que al tronar los dedos desaparezcan la mitad de los visitantes a la expo), fotografías con un Gokú ultra detallado y hombro a hombro con Vegeta, fotografías con el actor que fue un Ewok, con Wiston el cazafantasmas, con el hombre que interpretó al desperdiciado Darth Maul y con la chula armadura tamaño real del caballero Siegfried de Alpha. Todo muy profesional, material de sueños. El Hombre Araña sobre Universidad es un día de campo comparado con estos nuevos productos promocionales. ¿Dónde estará ahora? Seguro estoy de que si lo viera me parecería ya desproporcionado y poco glamuroso.
Me recuerdo pagando capítulos de Ranma ½ en VHS vírgenes, algo de Hentai, la de Macross Plus. Uno hacía su propia mezcla y el vendedor te las grababa por una lana que recuerdo excesiva. A veces te grababan el puro opening de otras series a manera de gancho, misma estructura de negocios de los dealers que venden drogas. Uno leía cómics en inglés con su diccionario en la otra mano. O bien leía las novedades de Novedades Editores con un rezago de dos años. Era infinitamente más difícil y artesanal ser fan de Punisher o de Aralé. Convencí a mi padre de que contratara Multivisión para poder ver la caricatura de las Tortugas Ninja, mi primer logro humano. Las fui a ver dar un concierto de rap en los almacenes Mónica Maricela. Un sujeto horrendamente vestido de Andrómeda Shun llevó el capítulo final de la Saga de Asgard a Caritele. Me fue imposible no evocar aquellos años de La Mole o de la Poca Roca o incluso de la Conque! Convenciones de cómics de un pasado sin internet que más bien hacían las veces de inmensas fayucas. Secretaría de Hacienda, en estos eventos, ni sus luces.
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Aunque en temas de cosplay sí estamos muy en pañales, la gente se pasea por los pasillos de la convención felizmente disfrazada de cosas, a mi parecer, imprecisas o poco logradas. Yo estaba amenamente crudo y con la alegría del que sabe que no gastará un peso entre tanto juguete hermoso. Qué cómodo ser turista en un evento de gastadera sin sentido. Todas las colecciones terminarán siendo polvo de estrellas. Vi un Yoda de 40 mil pesos. Unas calcomanías de los Transformers cuyo aroma me provocó un preclaro Ratatouille. Vi muñecos de He-Man a los que les rompí los brazos y que ahora, al tratarse de versiones mexicanas, son prácticamente piezas de museo. Veo que Star Wars, debido a las recientes películas, está un poco apestado entre los fans más jovencitos. Noto algo que ya sabía: seremos la primera generación de seres humanos que, en madurez, seguirán viendo caricaturas y comprando muñequitos. Seremos rucos anhelando Darth Vaders. Por cierto, los Funko me parecen horrendos, baratonga decoración de oficina.
Mi amigo de la infancia se cubre el rostro con su paliacate y me dice algo que me parece primoroso: “Si pudiera regresar en el tiempo, me le aparecería a mi yo de la infancia, anónimamente, y le daría veinte mil pesos. Luego me echaría a correr”.
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