Inició con una llamada de servicios funerarios Gayosso. De un call center marcaron a mi casa y supongo que esa mañana me encontraron con un ánimo propicio para pensar en el final.
“Soy Yolanda, de Grupo Gayosso, queremos hacerle llegar una promoción para su velorio”. Esas no fueron exactamente sus palabras, pero fue la idea que se quedó rondando en mi cabeza.
En ese momento no pude atender más que un par de minutos, pero la imagen de mi funeral no se fue y Yolanda insistió en mi correo y se lo di. Caí.
Días después recibí en mi bandeja de entrada la promoción: un paquete familiar de cuatro servicios funerarios por –más, menos– 95 mil pesos.
Las llamadas siguieron hasta que acordamos la cita: sábado al mediodía, por qué no, parecía buena idea pasar unas horas del fin de semana en una funeraria.
La visita
No fui solo. Gina y yo hicimos muchas preguntas, algunas malas bromas y tuvimos varias ocurrencias. Con el cubrebocas puesto, José, el vendedor, pudo fingir alguna sonrisa sin temor a ser descubierto.
Pasamos del cuarto de exhibición de ataúdes si te decides por que tu cadáver sea inhumado; la opción ecológica, en la que entregan tus cenizas en un recipiente biodegradable que puedes enterrar en un jardín, junto a un árbol; y las tradicionales urnas de madera o metal, con o sin motivo religioso.
“De 180 a 250 gramos de ceniza según el tamaño de la persona”, dice el vendedor de servicios funerarios.
En los muros de la capilla hay nichos con imágenes de los difuntos, la pequeña caja con sus restos, ofrendas, flores. Son mostradas a posibles compradores, quienes pueden decidirse por una gaveta para dos, cuatro o seis urnas.
Hay una gaveta recreada con muebles miniatura, como si fuera la sala-comedor-cocina que habitó en vida la familia que la eligió como “última morada”.
En ese mismo sitio, a inicios de año, estuve con mi madre acompañando a mi tía Meche y mis primos, los Hernández Tavera, en la misa por la muerte de mi tío Mariano. Y meses antes, con unos colegas, acompañando a la familia de Ana Laura Maldonado.
Recordé la muerte del padre de un amigo, a nuestra querida doñita Mary, quien también se nos fue este año… y pensé en mis abuelos, mis tíos, mi madre que quisiera que no muriera nunca, y los padres de Gina y apreté su mano. Me sentí agobiado y tuve la urgencia de asegurarme un “digno final”, como dice el vendedor.
“Lo poco que tenía lo invirtió en un hueso de lujo para el perro y en comprarse al contado la mejor corona que encontró, para que hubiera flores en su entierro“.
“Flores en su entierro”, Fito Páez y Joaquín Sabina.
Cifras de los servicios funerarios
Estimaciones de la empresa reportan un incremento de entre el 15 y 20 por ciento durante la pandemia de las ventas de previsiones funerarias; son los all inclusive de los servicios funerarios: velación en amplia sala para unas 30 personas, baño para la familia cercana y el respectivo traslado del cuerpo. Además, embalsamiento, trámites gubernamentales, gaveta o pedazo de tierra, café y galletas con barista para atender a los dolientes.
Depende el plan postmortem de cada uno, pero en el paquete puedes incluir un espacio (nicho o pedazo de tierra) en las Lomas, Santa Fe o Naucalpan, en donde se ubican los cementerios y depositarios de la agencia.
“Es lote en un cementerio tipo americano, ¿sí ha visto en las películas en donde se ve solo una lápida y el arreglo floral?” –comenta José, que seguía acompañándonos en nuestro paseo sabatino por el borde del abismo.
“Tiene un costo adicional, depende los nichos o los terrenos en nuestros cementerios o agencias”.
Me pregunté si algún familiar de Guanajuato, algún día, podría visitarme en un panteón estilo gringo en el Estado de México, o si irían a ponerle flores a mi nicho en la agencia de Colima, en la Roma, si nunca han venido a visitarme en vida.
Como Gina y yo, en la agencia de Sullivan, en la Ciudad de México, había decenas de parejas, familias, jóvenes, adultos mayores… que se informaban y compraban sus servicios funerarios.
“Este año, por la pandemia, hay tres veces más ventas de previsiones. Aún así, es el 5 por ciento de la población los que se hacen responsables de esto. Es mejor estar preparados”, insiste el vendedor.
Remata con el clásico chantaje emocional: “un señor vino, preguntó –así como ustedes– y no compró. Dos meses después me habla para pedirme apoyo porque requiere un servicio, pero yo no puedo hacer nada porque mi trabajo es el de la previsión”.
Es buen fin y estamos en pandemia
Los chilangos están comprando servicios funerarios. Pero nada es casualidad: Grupo Gayosso, por ejemplo, mantiene un crecimiento sostenido en los últimos cinco años de entre el 3 y el 5 por ciento anual, con un ingreso al año, en promedio, de 12 mil millones de pesos.
Han invertido en los últimos dos años unos 300 millones de pesos en la infraestructura de sus plataformas de contacto con el cliente: sitio web, centros telefónicos, redes sociales y, sobre todo, la atención personalizada de su equipo de ventas. Innovan.
En los últimos años han explorado la aquamación y este año, los funerales virtuales. Eso no lo pensé durante la hora y media que estuve dentro de la funeraria, disertando sobre mi muerte, los paquetes familiares.
Antes de endeudarnos con la tarjeta de crédito, Gina y yo nos fuimos de la sala de la funeraria repleta de personas con cubrebocas firmando papeles y vendedores felicitándose por cerrar una venta.
“… the end of our elaborate plans, the end Of everything that stands, the end, No safety or surprise, the end, I’ll never look into your eyes again”.
“The end”, The Doors.
Salimos de devastados. Abrumados por el inminente final de nuestras vidas y la de nuestros seres queridos. “Creo que podemos pensar en invertir para la vida”, me dijo ella mientras nos detuvimos en Reforma, antes de adentrarnos en la colonia Juárez.
¿A quién harías responsable de tu funeral?
Al llegar al hogar nos tendimos en el sofá. “¿A quién harías responsable de tu muerte y qué garantiza que esa persona estará viva para hacerse cargo de tu cadáver y de la burocracia que implica morirse? ¿A la persona que amas le dejarías esa responsabilidad?”, pensé. Pensamos.
Los servicios funerarios parecen buena opción: un intermediario ajeno a la emoción, eficiente, que se ocupe de ti y te exponga por última vez, tieso, pero más o menos presentable para a tus deudos.
“Y si dono mis órganos, y si dono mi cuerpo a una universidad, y si muero en un accidente y no me da tiempo de arreglar ni madres de pendientes, de funerales, de nichos y flores…”.
Paré. Paramos. Dejamos ir el dolor de cabeza y la pulsión de muerte con un ramen y cerámica.
Platicamos esa noche con una amiga y le contamos un poco la experiencia: “Ay, no mamen. Wey, cuando yo me muera, que alguien que me quiera se haga cargo de mí y si no ALV, que mis impuestos funcionen y que el forense me recoja… ya voy a estar muerta, ¿crees que me va a importar si me hacen cenizas o sepultan mi cadáver?”, ríe. Reímos. Callamos. ¿Qué tan serio es morirse?
Más allá de las tradiciones y la cultura tan celebrada en torno a la muerte y sin asomarse al dolor diario de miles de familias devastadas por la desaparición de un familiar, morirse en México no suele ser uno de los planes de vida de la gran mayoría.
Muchos trabajan para sobrevivir, porque es lo último en lo que se nos ocurre pensar o simplemente porque comprarse un funeral puede considerarse un privilegio que no muchos pueden costearse.
“Si tuviera hijos creo que no dudaría tanto en comprar el servicio funerario”, pensé. Pienso. Pero ahora tengo gatos y en lugar de endeudarnos con servicios funerarios, Gina y yo nos compramos un viaje a la playa.
Creo que, en nuestro caso, todavía podemos hacer algunos viajes antes de planear el último.
“Las tumbas son para los muertos, las flores para sentirse bien, la vida es para gozarla, la vida es para vivirla mejor”.
“Calaveras y diablitos”, Los Fabulosos Cadillacs.