La nueva novela de Antonio Ortuño, Olinka, es protagonizada por Aurelio Blanco, un hombre que, tras 15 años en la cárcel, regresa a las calles de un mundo que le es completamente ajeno (la moda es otra y la gente no puede despegarse de sus celulares, por ejemplo). Lo ha perdido todo: su esposa, su hija, su casa, su trabajo, su prestigio, su vida. Y todo por un crimen que no cometió.
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Blanco, un hombre común y corriente, quien trabaja como contador en una empresa constructora, decide asumir la culpa de un supuesto fraude cometido por su suegro, desarrollador inmobiliario de una enorme urbanización llamada Olinka —que debe su nombre a aquella utopía del Dr. Atl, quien en los años 60 soñaba con construir una ciudad para artistas e intelectuales—. Convertido en chivo expiatorio a cambio de la promesa de recibir dos millones de pesos por cada año que pasara en la cárcel y de ser defendido por los mejores abogados de Guadalajara para salir del problema lo más rápido posible, el protagonista es dejado a su suerte cuando el escándalo crece y se le responsabiliza también por la desaparición de algunas personas que habitaban en el terreno en el que se levantarán las casas.
Una década y media después, Aurelio está de vuelta con la firme intención de cobrar hasta el último centavo de lo que le prometieron, pero también bajo la amenaza de que podría ser asesinado por Carlos Flores, el patriarca de su familia política.
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En su libro más reciente, el escritor jalisciense se burla y critica la ambición: ese deseo ardiente de tenerlo todo que lo mismo consume a los criminales de cuello blanco que a esa clase media que se deja pisotear por dinero y considera que la única forma de realización personal es a través de lo material. Así, Ortuño insiste en confrontarnos con nuestra realidad y lo mal que hemos hecho las cosas, con nuestras ridiculeces, nuestras obsesiones y el vacío que nos rodea.
(Olinka, Antonio Ortuño, Seix Barral, México, 2019, 243 páginas, $248)
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