Recientemente se ha hablado de la banda en los medios de comunicación a partir de una serie de buenas noticias. Primero, gracias a su ingreso al Salón de la Fama del Rock and Roll. Es una institución vetusta, que ha ignorado vulgarmente a muchos artistas fundamentales, y que año con año va creando un canon muy cuestionable, por decir lo menos, en el que los hombres anglosajones han sido particularmente privilegiados. Pero bueno, el comité seleccionador tuvo el buen gusto de, finalmente, incluir a The Cure. Una de cal por tantas de arena, aunque se tardaron muchos años en tomar la merecida decisión. El encargado de dar un discurso para conmemorar el suceso fue el señor nine inch nails, Trent Reznor, quien, entre otras cosas, dijo: “Inmediatamente esta banda golpeó un acorde. El primer álbum que escuché fue The Head on The Door. No había escuchado nada igual antes. Sentí mucho de la oscuridad que sentía en mi cabeza volviendo hacia mí a través de los altavoces, y me dejó perplejo.
Era como si esta música fuera escrita solo para mí. Pasé toda mi vida sintiendo que no encajo ni pertenezco a ningún lado. Al escuchar esto, de repente me sentí conectado, ya no tan solo”. Esa frase representa puntualmente lo que muchos sentimos al encontrar música de The Cure.
También hemos visto a The Cure en los medios gracias a que por estos días se celebran 30 años de la publicación de uno de sus álbumes emblema, el que consolidó su fama mundialmente: Disintegration. Es una de esas obras a las que el tiempo le hace los mandados: sigue siendo un disco perfecto tres décadas después. Y como algunos discos de Led Zeppelin, The Beatles o AC/DC, el de The Cure jugó un rol iniciático en muchas camadas de adolescentes. Si no se acuerdan de él, o si no lo conocen, les invito a escucharlo: es un disco que sintetiza el lado más romántico, oscuro y complejo de Robert Smith. Al mismo tiempo, es peculiar que a pesar de que la música ahí reunida dista mucho de los temas más brillantes, coloridos y pop de The Cure, algunas canciones se convirtieron en auténticos himnos que sonaron durante lustros en la radio alternativa y que hoy se repiten muy seguido en los espacios destinados a los clásicos de la frecuencia modulada de nuestra ciudad. “¡Disintegration es el mejor disco de todos los tiempos!”, grita Kyle en un capítulo de South Park. Habrá que tomarlo en cuenta.
¿The Cure inventó el rock gótico? ¿La cultura dark? ¿O solo se trata del más notable de sus embajadores? La verdad es que no importa. Es una banda que trasciende etiquetas, con una obra tan vasta que cualquier intento de encerrarla dentro de un género resulta ridículo. Sin embargo, ha sumado algo al rock que, más en estos tiempos, me parece básico. Así lo describió el crítico Owen Adams en The Guardian: “Fundamentalmente, Smith fue el primero en dejar al descubierto la fragilidad oculta de la condición masculina. Lejos de la multitud machista, primero cuestionó la idea de que los muchachos no lloran (‘Boys Don’t Cry’) y luego cantó sobre el rechazo romántico y la alienación en ‘A Forest’”.
Podríamos hablar, también, de la influencia que The Cure ha tenido en cualquier cantidad de artistas, como el caso de Trent Reznor mencionado anteriormente. De cómo a pesar de los embates del tiempo sigue conservando una ambición artística. Todo esto nos lleva a una conclusión: estamos ante una banda tan clásica y tan importante como casi cualquiera que se les pueda ocurrir. Ya veremos si su próximo disco —que una vez más han sugerido que es el último de su carrera— está a la altura del mito. Tengo un presentimiento, y solo es eso, que será épico. Ya veremos.
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