Miscelánea: Intercambio de regalos con Belcebú

No nos advirtieron que en esa familia había un intercambio secundario, lúdico, bromista y, en última instancia, satánico.

El intercambio navideño de regalos es una modalidad insolvente del consumismo, generosidad despojada de afecto y espontaneidad por medio del sistema aleatorio de asignación de donantes y recipientes. El sistema protege la economía de las personas, porque les permite invertir en un solo regalo no muy oneroso, pero nos deja casi siempre insatisfechos y propicia la multiplicación de las posesiones inútiles. Compartiré un ejemplo de esta abominación.

Una vez se le ocurrió a mi padre que pasáramos la Nochebuena con la familia política de un primo lejano en Torreón, Coahuila. Tuvieron la amabilidad de incluirnos en su tradicional intercambio de regalos, por lo que mis padres y yo fuimos integrados a una tómbola de nombres desconocidos. No nos advirtieron que en esa familia (no sé si se acostumbre en toda la comarca lagunera) había un intercambio secundario, lúdico, bromista y, en última instancia, satánico.

El 25 de diciembre se conmemora el natalicio de un dios unigénito, parido por una virgen. A diferencia de Zeus o de Rati, la sexualidad desenfrenada no forma parte de sus atributos divinos. Resulta que los parientes del norte intercambiaban, aparte de corbatas y teteras, condones de sabores, lencería estrafalaria, genitales de plástico que brillaban en la oscuridad. Instrumentos, todos ellos, para buscar el orgasmo y perder la vida eterna. Digo esto desde la persona que yo era entonces, un católico muy devoto. En fin, pobre del Niño Dios. Y pobre de mí.

Las baratijas de sex shop no fueron lo peor de la velada. En la ronda “seria” delintercambio recibí mi regalo de la cuñada o concuña de un tío al que apenas conocía. La señora tuvo la caridad de averiguar qué me gustaba. Le informaron que me encantaba leer. Al arrancar la envoltura navideña me topé con un tomo muy delgado en pasta gruesa:

¿Quién se ha llevado mi queso?, “Para jóvenes”, “¡Una forma sorprendente de cambiar y ganar!”, basado en el best seller de un “medical doctor”. Yo, que siempre he tenido el alma senil, me sentí ofendido. Yo no me sentía joven, nadie se había llevado mi queso (todavía) y lo único que tenía ganas de cambiar era ese panfleto láctico-moralista, tan delgado que el cartón de los forros ocupaba más volumen que sus páginas.

La señora, al ver mi rostro descompuesto, explicó que le habían dicho que yo era un lector empedernido y que, si ya tenía ese libro, podía darme el ticket para cambiarlo. Sonreí forzadamente y le di las gracias. Me encanta el queso. Si tan solo me hubiera regalado un queso. Feliz Navidad.

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