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¿Hay orgullo en un país lgbtifóbico?

Parece imposible hablar de orgullo en un país en el que un día aplaudimos los ECOSIG y aumenta el conteo de los crímenes de odio. 

“…la lucha por nuestros derechos en un país lgbtifóbico, no solo es un acto de resistencia, sino también una postura política contra las narrativas que trivializan o instrumentalizan la causa.”

Texto de Ana Cristina Pozos Lazo y Mariana Gorostieta, becarias de la Coordinación para la Igualdad de Género de la UNAM (CIGU).

Parece imposible hablar de orgullo en un país en el que un día aplaudimos la prohibición y sanción de los Esfuerzos para Corregir o Cambiar la Orientación Sexual y la Identidad de Género (ECOSIG), y al siguiente las noticias nacionales se nublan con la aparición de una cifra más en el conteo de los crímenes de odio. 

La paradoja es evidente y dolorosa, mientras algunos avances legislativos comienzan a reconocer nuestra lucha, la realidad cotidiana sigue siendo una batalla constante por el reconocimiento y garantía de nuestros derechos humanos. El orgullo entonces, se vuelve un acto político de resistencia en el que el sencillo uso de los espacios ya representa un avance, pues incluso en pleno 2024 se nos siguen negando sitios por el simple hecho de ser LGBT+, como el uso de baños a personas trans y disidentes de género.

¿Por qué junio es el mes del orgullo LGBT+? 

La elección de este mes, rememora los disturbios de Stonewall en 1969, cuando una redada policial en un bar LGBT+ de Nueva York desencadenó una serie de protestas que marcaron el inicio de la lucha por los derechos LGBT+. Es una forma de reconocimiento histórico a la lucha de activistas como Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, quienes en los años 1960, en un contexto hostil, decidieron con valentía poner sus cuerpas para hacerse visibles y exigir justicia. 

En México, en años recientes, los derechos de la comunidad han avanzado significativamente, con la legalización del matrimonio igualitario en todos los estados en 2022, la ley de identidad de género, que en 13 estados permite a las personas trans cambiar sus documentos oficiales para el reconocimiento legal de su identidad y la reciente prohibición de los ECOSIG, mal llamadas “terapias de conversión”. Estos avances legales son producto de los esfuerzos continuos de organizaciones de la sociedad civil, colectivos y activistas.

A pesar de estos avances, la violencia y la discriminación siguen estando presentes en las vidas de las personas disidentes, especialmente para personas trans y no binarias. Problemáticas como la falta de acceso a servicios de salud física y mental por barreras que van desde el desconocimiento sobre las identidades de género y orientaciones sexuales por parte del personal hasta actos de discriminación en las instituciones, la discriminación en el ámbito laboral reflejada en el desempleo y dificultades económicas, y la falta de apoyo y violencia por parte de familiares, que obliga a las personas a salir de casa, vulneran los derechos de la comunidad LGBT+. 

Ilustración: Shutterstock

Cuando los discursos de odio cobran vidas

La violencia y discriminación no son acciones aisladas, sino que responden a un problema estructural visible en nuestra sociedad y narrativas que, a lo largo de la historia, han catalogado a las personas LGBT+ como anormales, peligrosas y enfermas. Contrario a lo que algunos defensores de la “libertad de expresión” y lo “políticamente incorrecto” sostienen, las palabras son más que solo palabras. Un chiste, una opinión o un discurso político cargados de prejuicios y estereotipos negativos, pueden normalizar, legitimar e incluso alentar el rechazo y la violencia hacia personas LGBT+, ejemplo de esto fue el acto de violencia simbólica que sucedió el pasado 4 de junio, cuando el sindicato del INFONAVIT rompió dos banderas LGBT+.

Cuando figuras públicas, medios de comunicación o líderes políticos emiten y replican discursos lgbt+fóbicos, crean un entorno en el que la discriminación se normaliza y la violencia se justifica, traduciendo la misma en exclusión y agresiones psicológicas, físicas e incluso asesinatos. Los crímenes de odio no solo pretenden un daño grave a un individuo o grupo de personas, este tipo de actos también buscan enviar un mensaje de discriminación e intimidación al resto de la comunidad, fomentando un ambiente de inseguridad y miedo para demás personas LGBT+. 

Conforme a datos de la Asamblea Nacional Trans No Binarie, tan solo durante los primeros seis meses del 2024 ya se han registrado 28 transfeminicidios, de los cuales ocho han ocurrido en la Ciudad de México  lo cual evidencia la necesidad de que el gobierno escuche y trabaje activamente para erradicar la violencia, como la propuesta de Ley Paola Buenrostro, que busca implementar medidas para la prevención y sanción de la violencia contra personas trabajadoras sexuales y de la comunidad LGBT+. Solo mediante un esfuerzo conjunto y sostenido se podrá garantizar la seguridad de todxs.

En un contexto global en el que los derechos de grupos vulnerados  y su vida misma se trivializan, el apoyo multicolor que vemos —principalmente de marcas— en junio, parece cuestionable. El ‘pinkwashing’ se ha utilizado para simular apoyo a la comunidad LGBT+ mientras se ocultan prácticas discriminatorias que solamente refuerzan la problemática de violencia de la que ya hemos hablado. Este enfoque superficial se vuelve aliado del capitalismo cuando su único objetivo es lucrar con un movimiento social, desviando la atención de los problemas estructurales que necesitan ser abordados con urgencia. 

Es aquí cuando resulta importante voltear a ver otras realidades, especialmente aquellas donde la lucha por los derechos LGBT+ se entrelaza con otras opresiones y conflictos, y reconocer que en el nombre del progresismo de los derechos de la comunidad LGBT+, se pueden reproducir discursos clasistas, racistas y colonialistas. Claro ejemplo de esto, es Israel proclamándose como aliado LGBT+ como justificación ante el genocidio en Palestina. Resulta imposible separar la lucha LGBT+ del contexto sociopolítico. 

Es por ello que la celebración del orgullo y la lucha por nuestros derechos en un país lgbtifóbico, no solo es un acto de resistencia, sino también una postura política contra las narrativas que trivializan o instrumentalizan la causa. Es crucial reconocer las múltiples capas de opresión que nos intersectan, ignorar esto invisibiliza experiencias y perpetúa violencias. Por lo tanto, en la construcción de un camino hacia la igualdad, es primordial asegurar que la lucha por nuestros derechos sea interseccional. Nuestro orgullo está presente todo el año, nuestras ganas de vivirnos libres también. 


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