Lo que nos perdemos por no jugar golf

Soy de esas personas que consultan Google Earth cuando se pierden caminando por la calle. Como me pierdo cotidianamente e incluso descubro en mí una vocación natural por el extravío, comprenderán que mis incursiones a la aplicación son recurrentes….

Soy de esas personas que consultan Google Earth cuando se pierden caminando por la calle. Como me pierdo cotidianamente e incluso descubro en mí una vocación natural por el extravío, comprenderán que mis incursiones a la aplicación son recurrentes. Hace poco, después de una visita al tradicional tianguis del Musicato de Cínicos, digo, del Sindicato de Músicos, mientras trataba de ubicarme en los alrededores del metro Taxqueña, descubrí en el mapa aéreo una enorme área verde justo al lado de donde yo caminaba. ¡Ah, caray! Pero si estaba en una de las zonas más horribles y contaminadas de la ciudad de México, rodeado del más crudo gris, entre camiones urbanos, puestos ambulantes, depósitos de basura y charcos de miasmas, ¿cómo era posible que estuviera tan cerca del paraíso terrenal sin tener a ras del suelo ninguna evidencia de aquello?

Google no podía estar mintiendo, pero como la zona no es muy segura decidí guardar mi celular antes de que mi obsesión por la cartografía urbana me hiciera víctima de un atraco. Recordé al policía aquel que me dijo. “La Ciudad de México es el lugar donde asaltar a la gente es más fácil. ¡Todos vienen en la pendeja viendo el celular!” Y debo decir que tiene toda la razón. Basta mirar alrededor con ojos de delincuente para ver un montón de “nichos de oportunidad”. Caminé y caminé hasta llegar a una cervecería que está en la esquina de Churubusco y Miramontes, donde pude revisar nuevamente mi mapa electrónico.

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Mi primera teoría fue que se trataba del parque del Centro Nacional de las Artes. Un bello lugar para caminar (aunque lo cierren tempranísimo) que conecta al Cinemex (antiguo cine Pedro Armendáriz) con las escuelas de arte y con los Estudios Churubusco, donde uno se puede echar en el pasto a mirar las copas de los árboles y a ver pasar las caravanas de nubes. Pero mi sorpresa fue grande al ver que ese parque al que me refiero era solo un pedacito del área verde que aparece en mi mapa. El área verde más grande en muchos kilómetros a la redonda, por cierto. Más grande que los Viveros de Coyoacán. Un espacio en el que fácilmente cabrían tres parques de los venados o tres parques hundidos. No puedo negar que me sorprendieron las dimensiones de aquel espacio. Cuando me acerqué a dicho lugar en mi mapa vi que se trata del Club Campestre de la Ciudad de México. Un lugar exclusivo y lleno de glamour reservado para unos muy poquitos que juegan golf.

He estado un par de veces en el restorán del Club, invitado por unos amigos que tienen membresía, pero jamás me imaginé que fuera tan grande. Unas dimensiones que comparadas con las áreas verdes que existen en los alrededores equivalen a una verdadera mentada de madre. Nada más el estacionamiento del Club es más grande que el parque Masayoshi Ohira, que se encuentra a un costado. Las únicas cuatro áreas verdes que igualan o superan  el tamaño del Club en el sur de la ciudad son el Club de Golf México (por Viaducto Tlalpan y periférico), la reserva de Ciudad Universitaria, la zona lacustre de Cuemanco-Xochimilco y el Heroico Colegio Militar.

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Entiendo perfectamente que es un espacio privado y que tiene un costo muy alto para sus socios, que es un lugar tradicional de las élites mexicanas desde hace más de un siglo y que salvo el periodo en que fue tomado por el ejército de mi general Zapata como cuartel, siempre ha sido el bello jardín de unos cuantos. Probablemente lo seguirá siendo mientras del otro lado de sus muros y mallas cubiertas con enredaderas la ciudad se ahoga y es acorralada por sus propios muros y no hay un espacio de remanso ni la sombra de un árbol en la que no estés bajo amenaza de ser atropellado.

De todas formas vale la pena soñar que ese enorme y maravilloso paraíso un día pueda ser el gran parque público del sur de la ciudad. Y que los miles de peatones que a diario tienen que rodearlo en una caminata radicalmente hostil, ya sea porque vienen o llegan del metro Taxqueña o de la Terminal de Camiones del Sur, puedan sentarse bajo la sombra de un árbol en el cuidado “green” y decir de ese lugar como decía un socio del Club en una sección de sociales: “es un hermoso refugio, un segundo hogar donde nos reunimos con nuestros adversarios, para abrazarnos al terminar las competencias”.

Los invito a ver lo que yo miré en el mapa. Asomarnos a la colonia Country Club en la CDMX es mirar una síntesis perfecta de la insolente desigualdad que prevalece en México. Y es legal, y en teoría está bien (hasta que lo ves desde arriba). Tal vez el verdadero problema detrás de todo esto es que no nos gusta jugar golf.

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