Recuerdo una vez —eran los dulces años noventa—en que los defeños estábamos compitiendo contra los habitantes de Santiago para determinar cuál era la ciudad más contaminada del mundo. Al final ganaron nuestros amigos de pésima dicción. Juro que vi imágenes de varios chilenos en sus azoteas con pancartas celebrando que nos habían vencido. “Cachai weón la vaina de smog conchatumare la wea”.
Hace poco me enteré de que, contrario a lo que uno pensaría, México no ocupa el primer lugar del mundo en obesidad. En cambio, sí ocupamos el primer lugar en obesidad infantil. ¡Charros!
En México se lee, en promedio, medio libro al año. Esa era la dramática y mítica cifra con la que todos estábamos de acuerdo y vivíamos campantemente arando nuestros teléfonos inteligentes. La dábamos por hecho tal como asumimos que nos da risa la muerte o cosas peores.
Según la Encuesta Nacional de Lectura y Escritura 2015 de CONACULTA, hace tres años los mexicanos leíamos 5.3 libros al año, lo que nos volvía el segundo lugar en lectura en América Latina, irónicamente, solo superados por Chile.
El Economista, el año pasado, entregó una cifra en la que salimos perdiendo. En México se leen en promedio 3.8 libros al año por persona. ¡Qué pasó! Se pone peor. Según dicho estudio, solo 2 de cada 10 lectores comprende totalmente el contenido que leyó. Hay una buena noticia: de la población lectora exclusivamente de libros, la mayoría lee libros de literatura (40.8%). Otras temáticas que se leen en este rubro son libros académicos o de uso universitario (33.6%), libros de superación personal, autoayuda o religión (28.2%), libros de cultura general (23.4%) y manuales, guías o recetarios (7.5 %).
Hoy es el Día Nacional del Libro (no confundir con el Día Internacional del Libro) y todavía estamos muy lejos del sueño Vasconcelista. Nuestro prohombre deseaba que hubiera una Ilíada en cada hogar mexicano. 3.8 libros al año por persona, no me parece tan mala cifra. Al menos ya no es el medio libro que se calculaba al tanteo hace unos años.
Leer 20 minutos al día no te enloquece, como dicen las deprimentes campañas publicitarias del Consejo de la Comunicación. Leer es terrible, doloroso y señala con candileja todo lo que está podrido en el corazón del hombre. Además, casi en todo caso, leer conlleva ganas de escribir, que a estas alturas de la historia humana es ya muy ocioso. No olvidemos que tener talento para algo, en esta nación, es sinónimo de frustración.
Leer es primoroso, te ayuda a ensanchar tus límites emocionales y espirituales. Hay que leer porque el mundo que nos rodea no es suficiente o puede ser mejor escrito. Para ponerle parches a nuestra inmensa ignorancia. Hay que leer para que cuando seamos viejos aún tengamos columnas de libros en la mesa de pendientes. Hay que leer porque, como decía mi maestro, nadie asalta a alguien que viene eyendo un libro.
Leamos, pues, más de 3.8 libros bellos al año. Esa es la misión.
Dicho sea de paso, para conmemorar el día, hoy en las librerías el FCE se estará obsequiando una selección de cuentos de la poderosa Inés Arredondo. ¡Apañemos!
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