A la mayoría de quienes nacimos a partir de la década de los 80 nos aguarda una vejez miserable. Rara vez meditamos en ello porque aún faltan algunas décadas para que tengamos 65 años, o quizá porque heredamos de nuestros padres la escasa preocupación por la prosperidad en la senectud. Ellos sabían que tendrían una pensión vitalicia, propiedades o hijos que los ayudarían. En nuestro caso, la situación es radicalmente opuesta: ya no existe ese tipo de pensiones, comprar una propiedad nos podría tomar toda la vida y cada vez tenemos menos hijos.
En primer lugar, para acceder a una pensión calculada a partir de la esperanza de vida en el país –más nos vale no vivir más de 76 años–, tenemos que cotizar 1,250 semanas en el IMSS, es decir, casi 25 años. Si somos freelancers, tenemos un negocio propio o la empresa para la que trabajamos nos paga por outsourcing, no estamos cotizando.
Según la Consar –el órgano encargado de regular la administración del ahorro para el retiro–, el empleado promedio mexicano cotiza en el IMSS solo 43 % de su vida laboral; esto quiere decir que la media de trabajadores tendría que laborar 58 años en total para lograr las semanas de cotización necesarias para acceder a su pensión. Supongamos que empezamos a trabajar a los 22 años, pues tendríamos pensión a los 80. Si queremos jubilarnos antes y no reunimos las semanas de cotización requeridas, nos tocará «negativa de pensión» y recibiremos lo que hayamos ahorrado en una exhibición y hasta nunca.
«El modelo sonó relativamente bien en su época, pero al paso del tiempo solo ha generado jubilados pobres»
Supongamos que sumamos las semanas de cotización en el IMSS antes de los 65 años, la pensión que nos espera, si no hicimos aportaciones voluntarias a la Afore, es, en el mejor de los casos, de 28 % de nuestro último salario. Si recibíamos $25,000 mensuales como empleados, tendremos menos de $9,000 como jubilados. Pero esos casos serán minoría: actualmente solo 31 % de las cuentas individuales de ahorro para pensión cumplen con las semanas de cotización requeridas. Los pensionados con la tercera parte del salario que percibían serán los privilegiados. El destino luce catastrófico.
Nuestro sistema de pensiones proviene de uno que surgió en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet, para reducir la presión en las finanzas del estado. Los primeros pensionados de dicho sistema recibieron más o menos la tercera parte de su salario en activo, por ello en 2016 surgió el movimiento civil No más AFP. Diversas manifestaciones han generado presión para que se logre una reforma necesaria. El modelo sonó relativamente bien en su época, pero al paso del tiempo solo ha generado jubilados pobres.
¿Hay algo que podamos hacer? Sí: exigir al nuevo gobierno federal una reforma urgente que involucre a empleadores, trabajadores y administradoras de ahorro. En Israel, la tasa de aportación para el retiro es de 15 %; en Australia, de 12 %, y en México es apenas de 6.5 %. Todos los involucrados debemos apretar las tuercas para evitar la desgracia. ¿Y mientras? Aportaciones voluntarias e instrumentos complementarios de ahorro.