Texto de Ruy Feben y Sebastian Jácome
Dos de nuestros editores, de generaciones distintas, hablan sobre la experiencia de ir a festivales cuando tienes veinti-chidos vs cuando tienes cuarenta-y-chale.
Festivalear a los 24: un poco de todo
A mis 24 años de edad, tengo una buena carrera con los festivales de música. He asistido a 13: tres Ceremonia, tres Corona Capital, dos Vive Latino, tres EDC, un EMPO y un Holiland. Al empezar con los últimos tres, mi idea del “festival” estaba completamente ligada a la música electrónica. Sin embargo, mi introducción al Corona en 2017 cambió por completo mi manera de verlos. Pasaron de un atasque de música electrónica constante (que tampoco es queja) a esta variedad de géneros, artistas y sonidos, esa es la verdadera experiencia de un festival.
Tener 17 años y ver a Cold War Kids, Alt-J y luego Green Day me convenció de trabajar para pagar vacaciones y festivales. El indie de CWK, lo experimental de Alt-J y el punk-rock de Green Day eran mundos completamente distintos, esa diversidad es lo que ayuda a darle más sabor a los festivales. Poder ver a Boys Noize y a Dua Lipa el mismo día es una muestra de que los géneros no tienen que definir los line-ups.
El último Ceremonia lo vi lleno de gente de mi edad, de distintas tribus urbanas, pasarla tan bien en el mismo evento —algo verdaderamente raro— y la variedad es clave. Ver a BB Trickz, Bad Gyal, James Blake, Overmono, LCD Soundsystem, Four Tet y Peggy Gou fue un viaje guiado por lx artista en el escenario, sin importar si era reguetón, regional, rock, tecno, o pop. Pero no puedes aventar a todxs juntxs y esperar que todo salga bien. Seguir una línea temática en los escenarios ayuda a decidirse dentro del festival. Aunque no sepas quién va a estar tocando, si hay un escenario que te gusta, sabes qué esperar de ahí y puedes quedarte o probar algo diferente.
Un gran ejemplo fue el CLUB TRAICIÓN, una estructura industrial llena de tecno y hous con bailarinxs en outfits de cuero. Con verlo desde afuera sabes de qué va el escenario. Al tener esa claridad, puedes juntar géneros muy distintos en un solo festival y le quitas la etiqueta de “el festival de la banda” o “el festival de los fresas” y lo conviertes en el festival de todxs.
Festivales a los 41: yo también estuve en onda
Crecí en los años noventa, en una ciudad donde los músicos extranjeros casi no daban conciertos. Mi primero fue el de U2 en 1997, pero fue una cosa muy a la antigüita: un concierto, una banda, fin. El primer festival (o casi) en el que estuve fue una cosa muy extraña, en 2003. Yo acababa de migrar a los veintes, y me parecía mágico que Cerati, Café Tacvba, Kinky y Placebo tocaran en el mismo lugar. Junto a ellos también estuvo La Mala Rodríguez, pero recuerdo que su nombre era pequeñísimo en el cartel: una hiphopera en un festival “rockero” (lo que fuera que eso significara en los dosmiles). La gente iba por guitarrazos, no por rimas, y en aquel entonces cada cosa tenía su espacio: los palenques no se juntaban con el brit pop, ni el hiphop con rock. Era claro. Y también un poco estúpido.
Los años posteriores a ese llamado “Festival alternativo” (¿qué chingados significa eso?), mi generación de millennials viejos vio nacer festivales de nicho fijo: el Vive era de bandas latinas, el Corona de bandas de fuera, el EDC de electrónica. Etcétera: cada género tenía un lugar, y no se valían los huevos revueltos. De modo que para muchos ha sido raro ver que aparecen juntos, cada vez más juntos, nombres como Pulp, Kendrick Lamar o Young Miko. Mucha gente de mi generación creció creyendo en una clase de pureza musical. Pero si hay una cosa que hace la madurez es obligarnos a recalibrar lealtades. Hay una frase ¿de meme? que, me parece, describe el sentimiento: “algún día te arrepentirás de todas las cumbias que dejaste de bailar por andar de rockerito”. A diferencia de generaciones mayores (hola, amigues de la GenX: no se enojen por decirles “amigues”), a la mía le ha tocado ver líneas desvaneciéndose: salir del closet del perreo y la cumbia, de la salsa y la ranchera. Nos ha tocado descubrir que hay música buena y música mala, nada más. Y, sí, se vale que la buena se junte, toda, en un mismo toquín (¿los chavos todavía dicen “toquín”?).
No sé si TODOS mis colegas en edad de chequeo prostático estén (estemos) listos para entender que no pasa nada si nos gustan al mismo tiempo Radiohead y C Tangana, que la música que antes solo ponían sonideros hoy llena más que en su momento U2, que Peso Pluma es una celebridad tanto o más grande que las “bandas de verdad” que crecimos amando. Pero ai vamos, un festival a la vez, perreo a perreo.