5 cosas que tenemos que dejar de decir sobre las trabajadoras del hogar

El IMSS anunció que va a lanzar un programa piloto para que las trabajadoras del hogar tengan prestaciones y derechos laborales. ¡Por fin! Después de años de lucha, parece que el gremio al fin tendrá acceso a atención médica,…

El IMSS anunció que va a lanzar un programa piloto para que las trabajadoras del hogar tengan prestaciones y derechos laborales. ¡Por fin! Después de años de lucha, parece que el gremio al fin tendrá acceso a atención médica, incapacidades, pensiones, fondo para el retiro y otros beneficios.

Aún no han explicado exactamente cómo va funcionar, especialmente en el caso de las trabajadoras que tienen varios empleadores a lo largo de la semana. No quiero imaginarme el desmadre de ponerse de acuerdo entre desconocidos, en un país donde ni siquiera puedes ir a comer con amigos sin batallar para que salga la cuenta completa… ¡con propina!

Tampoco veo a los funcionarios correteando a los patrones que deben una lana, como harían un mesero en caso de que se salgan sin pagar completas las cinco órdenes de bistec y las seis aguas de jamaica que consumieron los hipotéticos (pero muy reales, ustedes saben quiénes son) comensales gandallas. Pero bueno, es un gran avance que por lo menos se empiece a tantear el terreno para lograrlo.

Lo impresionante es que, ni con el #cuaronsplaining que se derivó de Roma y su éxito internacional, los mexicanos logramos entender las condiciones laborales de este gremio y los derechos que merecen. A continuación, las cinco reacciones más comunes de empleadores explotadores que ven como amenaza que se les exija cumplir con su parte en esta relación laboral.

1.   “Es que la señora que me ayuda…”

 

A ver, a ver, ya empezamos mal. No es “ayuda”, es TRABAJO. Desde la forma en la que lo nombramos se refleja el poco valor que le ponemos a esta chambota. O sea, no dices “voy con la persona que me ayuda a estar bien de salud” cuando vas a la médica, ¿no? Tampoco “tengo señor que ayuda a mantener el motor en óptimas condiciones” cuando recomiendas al mecánico de cabecera. Mucho menos llamas “la muchacha que me ayuda a pagar mis impuestos” a la contadora, porque sin ella simplemente te echarías a llorar frente al sitio del SAT.

2.  “Es que son bien mañosas y tiran la hueva”.

¿Y tú qué haces, leyendo este post de Chilango en horas laborales, Pánfilo? ¿Acaso no tienes chamba pendiente? ¿No podrías estar aprovechando este tiempo para “dar el 200%”, según dicta la cultura neoliberal? Todos somos “mañosos” a veces, cuando por diversos motivos no tenemos cabeza para concentrarnos por completo en nuestras labores. Ahora imagínate hacer un trabajo que involucra esfuerzo físico, habilidad, experiencia, conocimiento, concentración… todo adecuado a los caprichos del cliente, del que seguramente tienes que aguatar pasivo-agresividad, desprecio, clasismo y malos olores. Todo por 300 pesos la jornada de ocho horas (en el mejor de los casos). En serio, ¿con qué jeta dices esas cosas después de haber pasado el día viendo Facebook y/o mandando memes por WhatsApp? Uf.

3.  “Luego se roban cosas”.

No sé ustedes, pero cuando he trabajado en oficinas, coworkers whitexicans se han robado de todo: desde la torta casera o el bloque de tofu (con todo y tóper) que otra persona dejó en el refri, hasta celulares y un “perfume de dama” (qué risa me dio aquel incidente). Estas pérdidas han desatado tormentas godín en los departamentos de comunicación interna y recursos humanos. E igual que con las cosas que se “pierden” en las casas, los objetos o alimentos extraviados a veces estaban en la bolsa o el cajón de sus dueños, quienes los habían puesto ahí y no se acordaban. (Guácala la torta que reaparece dos semanas después). Y a veces no, como cuando en la agencia de publicidad alguien me robó un taladro (100% real, no fake) y nunca apareció.

En resumen: no está chido robar, aunque es un fenómeno que ocurre en todos tipo de entornos laborales, porque los chilangos somos horribles. Sin embargo, las trabajadoras del hogar se llevan muchas más acusaciones infundadas, carecen de los medios para defenderse y sufren despidos injustificados. A diferencia de ti, publicista que se robó mi taladro: espero que hayas colgado todos chuecos tus cortineros.

4.  “Pero yo tampoco tengo prestaciones, ¿por qué las voy a dar yo?”

Ah, ¿y no te gustaría tenerlas? Estoy hasta la madre de esta frase tan problemática “el cambio está en uno mismo”, que siempre se usa para hablar de otros, pero cuando la tienes que poner en práctica te haces pendejo y encuentras mil pretextos (ahí sí estructurales) para no hacerlo. Sí, ojalá todos tuviéramos prestaciones, que fuera obligatoria y ninguno se pudiera escapar de brindarlas. ¿Por qué no quienes nos dedicamos a otros oficios y profesiones no luchamos por conseguirlas como han hecho las trabajadoras del hogar? Ser igual de culero que tu empleador no va a mejorar tus condiciones laborales, te lo juro.

5.  “¡Ganan más que yo!”

 

No es cierto. Y si lo fuera, pues qué chingón, ¿no? ¿O crees que estar sentado todo el día pensando “ideas”, llenando tablas de Excel o haciendo llamadas “estratégicas” es más valioso que lidiar con la mugre de una casa y hacer el cuidado de otros humanos? “Es que yo estudié muchos años y soy especialista”, arguyen. Ay, la trampa de la meritocracia. Además, mucha especialización, pero no tienes idea de cómo quitarle el olor a los trapos de cocina o limpiar paredes sin que se pongan más percudidas de lo que ya estaban. Tampoco sabías hacer #MarieKondo antes de que se pusiera de moda, a diferencia de las trabajadoras del hogar.

Además, el trabajo doméstico remunerado, a diferencia de otras chambas que se realizan en compañías con jerarquías verticales en las que puedes aspirar a un puesto mejor remunerado (completamente cuestionables, pero eso es harina de otro post, o de una tesis de doctorado en economía), difícilmente hay posibilidades de movilidad o de “crecimiento” (otra categoría chocante).

Esperemos que el IMSS logre hallar la manera de que el trámite sea fácil para que más empleadores podamos dejar de hacernos pendejos (sí, me incluyo, soy parte del problema). Pero a nosotros nos toca cuestionar estas ideas horribles, basadas en clasismo, racismo y misoginia, y empecemos a valorar un trabajo que nosotros no haríamos por los sueldos miserables que pagamos.

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Las opiniones expresadas por nuestros nuestros columnistas reflejan el punto de vista del autor, que no necesariamente coincide con la línea editorial ni la postura de Chilango.

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