Al caer la noche, dos arcos bañados en naranja de fuego abrazan fulgores amarillos que encandilan y conducen a un óvalo verde de centellantes círculos verdes. En los bordes, múltiples destellos: explosiones lumínicas entre verdes trazos geométricos. «Es el aeropuerto del futuro, es el aeropuerto de Blade Runner», pensé al ver en mi PC esa delirante estructura.
El día de 2014 que el presidente Peña presentó el proyecto del nuevo aeropuerto de la CDMX estuvimos ante una imagen propia de esa película, una idea de ciencia ficción. Pero no lo usarían androides «replicantes» ni correría en sus increíbles pasillos el agente Rick Deckard –en gabardina– para salvar la humanidad. No, esto sería nuestro, de los mexicanos.
Cuánta modernidad, qué desarrollo. Sí, y ahora dejemos que el atardecer de esa imagen se vuelva luz del día y miremos las tierras que encapsulan al sitio que el gobierno más corrupto de la historia de México eligió para el aeropuerto: Chimalhuacán, Neza, El Bordo. La pulpa de la miseria. La miseria del país más desahuciado imaginable está ahí: catálogo de la infamia. Cientos de miles sin drenaje, pavimento, agua. Multitudes en casas de cartón que al abrir su puerta de lámina junto a un río de aguas negras y un tiradero público –morada de sus vecinas ratas– verán el aeropuerto del porvenir.
Necesitan comer, por eso nunca se subirán a un avión. Pero bienaventurados que al despertar mirarán ese portento fluorescente. Nunca se subirán a un avión, pero sobre sus cabezas volará el supersónico Airbus A330. Nunca se subirán a un avión, pero sentirán en su pecho el estruendo de las turbinas GE90, las más potentes del mundo.
¿Qué es México? ¿Ese aeropuerto de vanguardia o el niño descalzo que hurga basura frente al aeropuerto? Tapa tu ojo izquierdo, el progre, y verás al México opulento. Tápate el derecho, el neoliberal, y verás el México desahuciado. México no es lo uno o lo otro. Es ambos. Eso es lo más vergonzoso.
«El gobierno más corrupto de la historia de México eligió para el aeropuerto: Chimalhuacán, Neza, El Bordo. La pulpa de la miseria. La miseria del país más desahuciado imaginable está ahí: catálogo de la infamia. Cientos de miles sin drenaje, pavimento, agua…»
Con despreocupación ofensiva, México se volvió una sucesión de guetos de miseria y opulencia, uno juntito al otro. Guetos ricos, amurallados. Guetos pobres, abiertos al valiente que se anime. Los dos México se desconocen entre sí. El señor blanco, su esposa blanca y sus gemelos blancos (nuestra desigualdad es racial), habitantes del refinado Huixquilucan, jamás saldrán del Club de Golf Bosques para pasear en los callejones violentos de El Olivo, la colonia de al lado: no quieren saber de ese país en ruinas o no están enterados de él. Y una familia mixteca que renta un cuarto en Jalalpa nunca se paseará por los pasillos marmóreos del contiguo Centro Santa Fe para hacer shopping en Saks Fifth Avenue porque (¿los dejarán entrar?) no saben que existe o porque en todo el año no juntarían lo que cuesta un par de zapatos. «¡Espacios comerciales como Centro Santa Fe detonan el crecimiento económico y ayudan a los necesitados!», gritarán varios. ¿Sí? Pregúntenle a la familia mixteca.
Hace días, el portal Sin Embargo tituló: «Ni la Auditoría Superior sabe en dónde quedaron mil millones del nuevo aeropuerto». Pero bueno, esta vez tapémonos ambos ojos y convengamos que México tiene poder económico para crear, con 200 mil millones de pesos, el aeropuerto planetario más alucinante. Pero, curioso, nunca nunca nunca tiene dinero para remozar desde la entraña los pavorosos territorios de la miseria, hogar, nada menos, que de 53 millones de personas.
Se nos va la vida y a México se le va la historia convertido en el país de los guetos. Unos vuelan desde aeropuertos del futuro. Y otros… mejor ni verlos.