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La caída de Colón, resignificar nuestras cicatrices: 12 de octubre nada que celebrar

La invención de la raza y la degradación de las mujeres y lo femenino se llevó a cabo a través de un proceso de deshumanización y bestialización, tema para recordar este 12 de octubre.

Texto de Sandra Ivette González Ruiz, Colaboradora de la Coordinación para la Igualdad de Género en la UNAM

Cuando nací algunos familiares dijeron: “Esta niña sí es fea”, eso cuenta mi madre, una bruja oaxaqueña migrante, quien suele relatarnos las historias de violencia y discriminación que enfrentó al llegar a la ciudad. La gente decía eso sobre mí porque además de morena nací con un lunar enorme y peludo junto a mi ojo derecho: mi lunar de india.

Gloria Anzaldúa, lesbiana-feminista-chicana, en su texto ‘”La prieta”, publicado en 1988, escribe: “Cuando nací, Mamá grande Locha me inspeccionó las nalgas en busca de la mancha oscura, la señal del indio, o peor, de sangre mulata. Mi abuela (española, un poco alemana, el rastro aristocrático debajo de su piel pálida, de ojos azules y cabello enroscado en un tiempo rubios) presumía que su familia fue una de las primeras que se establecieron en el gran campo de pastizales del sur de Tejas”.

La marca de india que la familia no pudo dejar pasar; mi madre y mi abuela materna (otra india migrante quien huyó de la violencia de género y la pobreza), me miraban preocupadas por lo que esa marca implicaría en mi vida: burlas, exclusión, discriminación, más violencia. Cuando cumplí seis años me extirparon el lunar, en un intento de protegerme, aunque sea un poco, de la violencia. Ahora llevo conmigo una cicatriz resultado de una mala operación y la cicatriz de ser una mujer racializada y de ser hija y nieta de mujeres racializadas. Y digo llevo, porque la cicatriz no la cargo, ya no me pesa.

El 12 de octubre fue considerado, durante muchas décadas, como el “Día de la Raza” para conmemorar la llegada europea a las tierras “no descubiertas”, particularmente se celebraba la llegada de Cristóbal Colón a la recién inventada América, en 1492, y el aparente proceso de desarrollo y civilización que eso implicó. Ha tomado muchos años romper con la narrativa hegemónica y des-tejer, re-tejer y zurcir ese pasado que sigue presente.

Imagen: Shutterstock

Los feminismos latinoamericanistas, feminismo anticoloniales, feminismos negros, feminismos comunitarios e indígenas y los movimientos sociales desde abajo, de los pueblos rebeldes de Abya Yala, nos cuentan otra historia sobre nuestras cicatrices. Lo que antes llamaban la celebración de un encuentro civilizatorio hoy lo reconocemos como la intrusión colonial que desató el primer gran genocidio de personas racializadas, la división internacional, racial y sexual del trabajo, la reorganizaicón del mundo, así como la invención del gran OTRO y el odio a la diversidad y la diferencia, bajo la idea de que existen humanos menos humanos que otros.

La invención de la raza y la degradación de las mujeres

La llegada de Colón a lo que hoy conocemos como América y la subsecuente colonización implicaron un re-ordenamiento geopolítico, social y cultural en todo sentido. La invención de la raza y la degradación de las mujeres y lo femenino se llevó a cabo a través de un proceso de deshumanización y bestialización, particularmente de mujeres indígenas y negras a quienes no se les atribuyeron las clásicas características patriarcales de la feminidad, sino que lo único que importaba era su capacidad reproductiva y sexual.

Imagen: Shutterstock

La otrificación de las mujeres implicó también arrebatar sus conocimientos, la imposición de una racionalidad capitalista cientificista binaria y dicotómica, la patologización de lo femenino, la destrucción de las diosas, imposiciones de roles, etc. Una imbricación de opresiones que hizo de este mundo un sistema letal para las mujeres y sujetos feminizados, que hoy seguimos enfrentando como lo muestran las altas tasas de feminicidio en nuestros territorios. Especialmente los altos índices de feminicidio de mujeres racializadas. La antropóloga feminista Rita Segato habla de un patriarcado de alta intensidad el cual se conformó a partir de la colonización y de la reinvención del género.

No se puede dejar de hablar de los procesos paralelos que estaban ocurriendo, encaminados a la conformación del nuevo orden mundial capitalista: la gran caza de brujas en Europa, el cercamiento y privatización de la tierra, la primera experiencia de trata trasatlántica con la esclavización de personas negras del continente africano, el genocido de personas originarias de América, entre otros, que dieron paso, efectivamente, a un nuevo mundo, un mundo racializado, generizado, heterosexual y la imposición de un orden destructivo con la tierra, la naturaleza, los animales, las mujeres, las personas racializadas; un imperio de la productividad a costa de la vida misma. Sangre, 332 500 000 litros de sangre derramada para sacar 185 000 kg de oro de América, la “fría estadística” que Liliana Meresca representó en su instalación “El dorado” de 1991, en contraposición a la celebración de los 500 años de la llegada española.

De la caída de Colón a la Glorieta de las mujeres que luchan

Una secuencia de imágenes viene a mi cabeza: son las estatuas de Cristóbal Colón siendo derribadas en distintas geografías de América.

Desde 1992, año de la conmemoración de los 500 años de resistencia de los pueblos originarios, Colón ha caído; cada 12 de octubre las estatuas del colonizador son “atacadas”, como ocurrió en Barranquilla, Colombia, en 2021 o un año antes, en 2020, en Saint Paul, Minnesota, en Estados Unidos, la ciudad donde George Floyd fue asesinado por policías en un claro acto de racismo, como lo nombró el movimiento Black Lives Matter, y ese mismo año, el 10 de octubre del 2020, el Colón de Paseo de la Reforma en la Ciudad de México fue retirado antes de que fuera (otra vez) objeto de la legitima protesta antirracista, anticolonialista y feminista. Hoy esa glorieta fue renombrada por el movimiento feminista y por madres de víctimas de feminicido como “La Glorieta de las mujeres que luchan”.

Foto: Cuartoscuro

Colón cayendo del pedestal es, también, la descolonización de los imaginarios y representaciones; una forma de derribar la imposición de patrones culturales y recuperar nuestra capacidad de narrar nuestra propia historia; no es una acción contra un solo hombre sino contra un régimen y un orden mundial que sigue operando hasta nuestros días con formas más sofisticadas de violencia.

La belleza del Colón siendo derribado no radica solo en la acción sino en la capacidad de los pueblos, las mujeres y los movimientos sociales de reclamar su digno y legítimo derecho a no ser sometidos, explotados, asesinados; a disputar el pasado y, también, luchar por un futuro distinto, por un mundo realmente nuevo, donde la muerte, el extractivismo, la conquista y destrucción de los cuerpos y territorios dejen de ser normalizados. Hoy sigue siendo fundamental tener memoria, hoy que nos enfrentamos a guerras y genocidios neocolonialistas.

Donde hay opresión hay rebeldía colectiva, ningún régimen es totalitario, por más que se lo proponga y hoy recuperamos los saberes de nuestras ancestras, sus documentos, sus testimonios, sus historias: las ancestras fueron violadas, explotadas, cosificadas, vendidas, torturadas y sometidas y fueron, también, mujeres rebeldes, organizadas; construyeron la herencia que hoy tenemos: la sabiduría ancestral para sobrevivir a las crisis y violencias y tejer otras formas de vida. Ya lo dicen por ahí: somos las nietas de las mujeres que no pudieron colonizar y de las que incluso colonizadas se rebelaron a ello. Contar la historia de mi lunar peludo, de mi marca de india, es mi forma de honrar ese legado.


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