Cualquiera que vea alguna de las siete piezas que caen desde hace 33 años –este verano podemos celebrar su aniversario jugando días y noches– a velocidades ascendentes para que nosotros las organicemos de la mejor manera evitando que se acumulen las asocia de inmediato al juego al que pertenecen: Tetris.
El mes pasado se celebró el cumpleaños 33 del juego creado por Aleksei Pazhitnov, el programador que amaba los juegos que tenían con acomodar piezas en el sitio correcto, en especial los pentominós, esos rompecabezas basados en múltiples formas, pero todas compuestas por cinco cuadrados unidos por sus lados como las que hoy nos resultan familiares gracias a Tetris –reducidos a tetrominós para hacerlo más sencillo–.
Esos rompecabezas que podían comprarse a tres por un rublo en su Rusia natal le parecían a Aleksei juegos elegantes, pequeños y simples que disfrutó tanto por años, que decidió usarlos como base del videojuego que lo haría célebre.
En las primeras versiones del juego, que fueron hechas en una computadora rusa llamada Electronika 60, las formas geométricas estaban hechas con letras. Y si alguien se pregunta cómo se decidió qué música acompañaría el juego y que hoy nos hace asociar música folclórica rusa en versión 8 bits con la ansiedad que sentimos cuando la pantalla comienza a llenarse de líneas inacabadas, eso no dependió de Aleksei, sino de la compañía gringa que produjo las primeras versiones del videojuego. También ellos propusieron que aparecieran matrioshkas e iglesias rusas.
Aleksei ha dicho en varias entrevistas que si bien no hubo mucho dinero al principio, él estaba feliz por lo que había conseguido con el videojuego: que montones de gente disfrutaran jugarlo y casi sin darse cuenta, dejaran atrás sus inhibiciones respecto a las computadoras, que para entonces eran objetos intimidantes para quienes no solían tenerlas en sus lugares de trabajo.
¿Pero qué tiene Tetris que lo ha hecho tan cautivador desde sus inicios y tan adictivo que cuando cerramos los ojos después de haberlo jugado seguimos viendo piezas caer? En 2014, para el 30 aniversario del videojuego, el doctor Tom Stafford, del Departamento de Psicología de la Universidad de Sheffield, se dio a la tarea de explicarlo.
El juego aprovecha el instinto básico de la mente por ordenar, estimulándolo con un mundo de perpetuas tareas inacabadas. Stafford mencionó que enfrentarse a una cadena de soluciones parciales que dan paso a nuevas tareas sin resolver provoca la misma retorcida satisfacción que cuando nos rascamos por comezón.
Y citó algo llamado “el efecto Zeigarnik”, que hace alusión a nuestra memoria cuando se enfrenta a tareas pendientes de resolver. La psicóloga soviética Bluma Zeigarnik observó en el Berlín de los años 20 que los meseros del café que frecuentaba tenían una memoria perfecta para recordar las órdenes que no habían completado, pero no podían recordar aquellas que ya habían entregado en las mesas.
Stafford describió también a Tetris como un juego puro, uno que lo es en toda la extensión de la palabra. «No tiene ningún beneficio, no hay nada que aprender, no tiene consecuencias sociales ni físicas. Prácticamente no tiene sentido, pero nos mantiene queriendo volver a él una y otra vez». ¿Viste crecer tus ganas de ponerte a jugar Tetris mientras leías todo esto? No fuiste el único.